lunes, 27 de junio de 2011

¿HAY VIDA ANTES DE LA MUERTE?

Tito Ortiz.-

Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero, porque no muero. Con ésta frase tan original que se me acaba de ocurrir a mí sólo, comienzo, cual plañidera, a relatar mi sin vivir, que me hace llegar a la conclusión de que dios no existe, o al menos, en lo que a mí respecta, está mirando para otro lado desde hace muchos años. Eso, sin entrar en que si dios hizo el mundo, ¿dónde estaba el día anterior?, y lo que es peor, si el mundo se formó a partir de un big bang, ¿dónde estaba esa materia un par de días antes?. Estoy convencido de que nos están tomando el pelo, y nadie nos dice la verdad de lo que somos, de donde venimos y a donde vamos. Los científicos mantienen, que lo que nos diferencia de los animales es la inteligencia, y yo digo que no. Que lo que de verdad hace diferente al hombre, del resto de la fauna terrícola, es la cocina. Si, la forma de guisar y preparar los alimentos es lo que nos hace ser distintos a los gorilas o las ranas. Nosotros no admitimos los alimentos crudos – por regla general – y además, hemos hecho todo un arte de la cocina, del que viven del cuento unos atodenominados gastrónomos, que sin pasar por universidad alguna, tienen patente de corso, para decir que es bueno, y que es malo en la cocina, de tal forma que, o les invitas con agrado en tu negocio, o sufres las iras de santón fogonero, que sin más respaldo que el medio en que publica, se cree el dios de la gula, aunque se tenga por ateo.

La culpa la tiene éste sistema de enseñanza, que en los últimos treinta años ha cambiado una docena de veces, y ha vuelto locos a algunos profesores, hasta el punto, de que siendo docentes de instituto, por extraña enajenación mental, que emana de cierta frustración académica, tratan a los estudiantes como si ya estuvieran en la universidad, no por subirles el nivel a los chicos, sino para creerse ellos que son profesores de universidad, cometiendo dos crímenes; El de juzgar a todos los niños por igual, intentando que todos asuman las enseñanzas al mismo nivel de comprensión, cosa no harto imposible, sino, imposible de conseguir, dejando de esta forma un reguero de cadáveres, que irán engrosando las filas del absentismo estudiantil, cuando no, las de la aversión a los libros de por vida, mientras ellos en la sala de profesores, se pavonean pensando que, ya quisieran en la universidad, ser tan buenos y exigentes como en el “insti”. Ante estos profesores, me pasa como con los prospectos de las medicinas, los interpretes como los interpretes, siempre te dejan frío. En uno puedes leer que en el ochenta por ciento de los casos, no se han descrito efectos adversos. Mientras que en otros te dicen que, en el veinte por ciento de los casos pueden presentarse efectos nocivos. Los laboratorios nunca se equivocan. Los políticos tampoco. Hace algún tiempo escuché a uno decir que la tarasca había salido a las calles vestida de Mariana Pineda, dándole así una coz a la historia y al vestuario del siglo XIX, tan sólo al alcance de los lerdos. Como el que conduce la máquina barredora, que deja el asfalto perfectamente engrasado, para que los motoristas nos estrellemos cada mañana, y en el caso de Armilla, el kamicaze que sube por la Calle de Las Campanas en dirección prohibida, para que no sólo te vayas al suelo, con el barrillo resultante de los ineficaces rodillos friega calles, sino que si te salvas de eso, te da la oportunidad de que te estrelles contra su barredora limpiadora. El caso es morir cada mañana, gracias a las máquinas de los cepillos giratorios, que llevan el pirulo naranja apagado, y a su conductor con unos cascos escuchando el “emepetres”, para que no se percate de nada de lo que ocurre a su alrededor. Aunque no están solos. Cuentan con la inestimable colaboración de gran número de dependientas de comercios, muy limpias ellas, que una vez fregado el local, arrojan a la calzada el agua sucia y jabonosa, para que tu que vas en moto, te dejes los sesos, bien pegados al asfalto. Es absolutamente incomprensible. Como también lo es, que en un hotel de cinco estrellas en la Gran Vía, no tengan estos días el aire acondicionado puesto en la cafetería, a la hora de la cerveza, lo mismo que en el otro cinco estrellas de la calle san Antón, que además tiene las puertas del jardín abiertas, para que a la una de la tarde del Sábado de feria, te dé un golpe de calor, si se te ocurre la feliz idea, de entrar de la calle a la diminuta barra, y pedir una cerveza fresquita. Si todo esto ocurre, cuando el entusiasta gudari del Bildu, que ahora regenta la casa consistorial de San Sebastián, decide quitar el retrato del rey, otro de sus colegas arría la bandera española de su mástil, y el socialista de Mollet del Vallés, se sube el sueldo, comprenderán amables lectores, que uno se pregunte si de verdad esto es vida, si no será más cierto, que cuando morimos, es cuando de verdad nacemos, porque da la impresión de que éste es el auténtico infierno, y no, con el que nos asustaban de niños. ¿Existen los agujeros blancos?, ¿Es verdad que soy votante del PSOE?. Si me reconoce por la calle, por favor, lléveme a mi casa.

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