martes, 7 de junio de 2011

ROMANCE DEL CONDE DON NUÑO

Asido a las bridas de su corcel iba el conde don Nuño, cuando de pronto, reparó en el caballo del reloj. A punto la hora de ánimas, el caballo que soporta al desnudo jinete, levantó su larga cola, y de su esfínter anal comenzaron a salir unas bolas doradas, al oro viejo, diría el noble, que fueron cayendo sobre los acampados, que en duerme vela, aguardaban la bienvenida de los cigarrones. Era una noche más, a la espera de nadie, tras un movimiento del 15 M, que cada vez menguaba más, en presencia, operatividad e ideas claras. Cuando la lluvia de boñígas amainó. El conde don Nuño, con su cabeza bajo el brazo, pero sin perder la apostura, ordenó al arabehispano, que fuera caracoleando por entre las tiendas de campaña, sorteándolas, al igual que los sacos de dormir, y los plásticos desvencijados, cuán zoco etílico, ayuno de cordura.
Buscó el conde al infanzón entre los suyos, y no estaba. Tampoco entre la plebe apareció, así que cuando se disponía a salir de la plaza, dieron los cuartos en el reloj, su caballo quedó quieto, y de entre el cartonaje, apareció un juglar, que soplando una sobada flauta, parecía llamar su atención sobre lugar tan yermo y ávido de hidalgos. Apretó el conde su mano siniestra bajo la barbilla de su cabeza, que como los nardos, apoyaba premonitoriamente en la cadera, y soltando correa, aceleró el paso. Sin desprenderse de su testa, en un alarde, cual suerte de saltimbanqui, de un brinco quedó enhiesto al lomo derecho de la cabalgadura, al tiempo que dos chispas saltaban del adoquinado, al roce de sus estrelladas espuelas. Preguntose para si, que diablos hacia él, en el antiguo convento del Carmen, escudriñando acampados, receptando gruñidos de indignados, como blanco de las miradas ausentes de desocupados, que habíanse dado cita en la plaza para “goler” cualquier atisbo de algarada.

Resuelta sonó la voz del declamante, que a modo de gallo en amanecida, kakareó varias veces, haciendo resonar los soportales, y a eso del crepúsculo, todos pusiéronse en danza, hartos de hambre y ayunos de baño, como pollos sin cabeza deambulaban de un lado a otro, saludándose mecánicamente, con gran contento de seguir un día más en la plaza, y de que sus costillas estuvieran todas enteras y en su sitio. Las criaturas eran felices con poco. A saber: Que los dejaran estar allí como los nichos en cementerio... a perpetuidad. Que no les pegara la policía, y que nos les obligaran a ducharse. Lo de miccionar en la esquina más cercana, es algo que se da por hecho, y la posibilidad de defecar al aire libre, también, porque es muy ecológico, y además, se comparten las moscas, hecho éste notoriamente solidario para el colectivo, que por cierto, no es el que tiene la coleta más larga.

El escribano, apostado en el balcón consistorial, con binóculo de fino mango, apuraba el segundo tintero, sin que nada ocurriera reseñable, a no ser la bondad de lo cotidiano, que forzosamente es aburrida, cuán sesión parlamentaria en el congreso, despojada de insultos y descalificaciones, porque atrás quedaron muy olvidados los tiempos en que el hemiciclo, era puesto como ejemplo de excelente oratoria y buen hablar. Ahora sus señorías, a juzgar por las actas de las sesiones parlamentarias, pasaran a la historia y serán estudiadas, por su facilidad para escupir piedras, mientras hablan los unos contra los otros, pues nunca antes desde Cromañón, estuvo la clase política tan al nivel de la alpargata, dada su zafiedad, agresividad, carencia de ideas, y riqueza en impulsos animales irracionales, como algún consejero de educación, o senador destripaterrones, que ya han dado muestras sobradas de su excelsa incompetencia, y de sus tic,s dictatoriales, pero que sorprendentemente, aún continúan arropados por los suyos, - cada vez menos - que tal vez pagan con ello, algunos favores anteriormente recibidos. Pero la vida sigue en la plaza. En ésta plaza mutante, donde la esquina de “Paños Ramos” es ahora la de la ONCE. Donde el café “Lisboa “ de Pellejero, ha mutado, en tienda de moda taurina, donde el conde don Nuño, queda apostado a la espera de su presa, que no es otra, que un menesteroso funcionario, que alquila por unos maravedíes al mejor postor, varias máquinas trituradoras de documentos, que dicen que con el tiempo serán muy útiles, en el traspaso de poderes políticos, porque dentro de algunos años, no bastarán las alfombras de los despachos, para ocultar los cadáveres, del innoble ejercicio de la política y el trinconeo. El conde es consciente, de que necesita una de éstas máquinas come papeles, pero de ranura amplia, pues es su propia testa cubierta ante el rey, la que quiere meter por la abertura. Y quiere hacerlo con tiempo, porque aunque ahora no le toque abandonar morada y oficio, sabe como que hay dios, que algún día vendrán mal dadas y tendrá que tomar las de Villa Diego. Y entonces, a lomos de su corcel, dirá adiós a riquezas y dispendios, para vergüenza de propios y extraños, pues algo ocurre en la nobleza, que cuando manda sobre el pueblo, mangonea en desatino y provecho personal, hasta el hastío para escarnio genealógico. Que más vale vástago apaleado a tiempo, ante la insinuación de dedicarse a lo público, que descendiente prevaricador esposado, entrando a la sala de justicia por cohecho y desacato. Suena la campana de la Vela al riego de la vega. Se encabrita el caballo de don Nuño que se levanta a dos patas. Al coger las bridas con dos manos, suelta sin querer el conde su cabeza bajo el brazo, que rueda por la plaza a la carrera, con tan mala fortuna, que el acequiero que abrió compuerta sobre el Darro, por los pelos no pudo hacerse con ella, y aguas hacia el Genil va gritando... Nunca fui a Granada. Con sus malafollás acreditados, ya es suficiente. Entre ellos mismos ya se matan. ¿Para que perder el tiempo?

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