lunes, 5 de marzo de 2012

COLEGIO DE LOS ESCOLAPIOS EN GRANADA

Tito Ortiz.-

COLEGIO DE LOS ESCOLAPIOS: MÁS DE SIGLO Y MEDIOS INSERTADO EN LA SOCIEDAD GRANADINA

A principios del siglo XVII, la Marquesa de Los Trujillos, cedió su Casa Blanca, para que se erigiera en los terrenos, el Monasterio de Los Basilios. Pero no sería hasta 1860, cuando vièamos la primera comunidad escolapia junto al río, de ahí que, ya sean más de ciento cincuenta años, los que la orden lleva educando y albergando criaturas granatensis, de todas las extracciones sociales, pues famosas eran sus clases de “gratuitos”, cuando allá por los años sesenta, la flor y nata de la Granada pudiente, la alta y la baja burguesía, se educaba en sus aulas, sin olvidar los de provincias hermanas como internos, con derecho a cine semanal, aunque los besos se cortaran por la censura del padre Francisco, el Torquemada de turno, que nos daba clase a los de primero de bachiller. El padre Emiliano se encargaba de los gratuitos, que aprendíamos a escribir a máquina como signo de modernidad en la época, y presumíamos de instalaciones deportivas como ninguna otras, de hecho, el colegio colaboraba con la sociedad granadina, cediendo sus canchas para cualquier competición. Eran los años en que la Imprenta “Alhambra”, tenía sus talleres en la calle, Puente de Castañeda , número cinco, en cuyas máquinas el Ayuntamiento tiraba los programas del Corpus, que luego se vendían al módico precio de dos pesetas.

Equipos de barrio, de pueblos, de todas las edades y categorías, tuvieron su campo de Fútbol en Los Escolapios, para hacer cualquier actividad deportiva, pistas para correr, vestuarios, gimnasio, con toda la facilidad del mundo y desinterés. Los Escolapios pronto se identificaron con la ciudad, su historia y sus costumbres, y se colocaron a la vanguardia de las nuevas técnicas de educación y pedagogía, abriendo un mundo nuevo a las actividades paralelas, sin olvidar la misa de ocho diaria obligatoria y el rosario vespertino, antes de merendar pan con carne de membrillo. Eran los años en que se celebraban para el Corpus, los famosos campeonatos de albañilería, en el paseo del Salón frente al colegio, o la extinta Feria de Ganado un poco más abajo en el Violón, frente a la Real Sociedad de Tenis.

Prueba de esa vinculación del Colegio con la ciudad, es la foto que les ofrecemos. Un documento extraordinario en el que un equipo de fútbol, de aficionados veteranos albaicineros, se disponen un Domingo de 1965 a las nueve de la mañana, a celebrar un partido de fútbol contra otra peña del no menos afamado barrio del matadero. Lo hacen en el campo de fútbol de Los Escolapios. Los de la imagen, son jugadores de la peña “El Cañizo”, reputado bar del Albayzín, de la cuesta de María La Miel, famoso por su emparrillado de cañas, para dar sombra en el patio, donde se jugaba a la lotería, o como diría un moderno... al bingo, a la petanca, a la cañadul con monedas de perragorda de cobre, a la ronda, la brisca, y al dominó, con deseo inquinante de ahorcar el seis doble a todo bicho viviente, incluido el cura párroco de san José. La espuela se suele tomar, más abajo, en “La Mancha Chica”.
Pues éste once de gala, está compuesto entre otros por, Pepe Falero, segundo agachado por la derecha, que es quién conserva la instantánea como oro en paño. Pepe es un carpintero de lujo y mejor ebanista, que ejerció en mí de profesor, cuando ambos estábamos a las órdenes de Miguel Castro, en la carpintería que éste tenía en la puerta de al lado de Miguel Arenas, y su mujer Angustias, en la calle Fábrica Vieja, donde vendían los huevos por cartones, y pasaba el tranvía del Triunfo, hacia San Antón. De pié, el primero por la izquierda, el que esto escribe, en funciones de utillero, aguador, masajista, y encendedor de cigarrillos al instante. Me explico. Cuando cualquiera de los jugadores, se sentía asfixiado, que le llegaba la hora de toser, se acercaban a la banda dando voces... ¡Niño, una calá!. Y a mí me tocaba sacar rápidamente del bolsillo el paquete de Peninsulares sin emboquillar, que me habían dado antes de empezar el partido, y en sacando un pitillo, prenderlo con el encendedor de martillo, piedra y gasolina, y darle la primera calada profunda para que cuando el jugador se acercara a la banda, aquello ya tuviera humo de sobra para calmarle la tos al instante. Había quien ya aprovechaba y me daba para guardarle, el reloj, la medalla y la sortija, en fin todas esas cosas que se suelen llevar para jugar al fútbol y que en un momento dado del partido, te sobran. Otros me pedían a gritos el “agua milagrosa”, que aunque se llamaba así, al bote de líquido indescifrable con el que se masajeaban las lesiones, en realidad lo que me pedían era un trago del botijo, que lejos de mantener agua, lo que albergaba en su interior, era una mezcla de blanco Espinosa con gaseosa, que resucitaba a los muertos. Hay quien incluso al acercarse, me pedía la muerte, pero la verdad es que yo nunca he sido agresivo. Eran aquellos que la noche anterior habían cerrado “El Cañizo”, a base de vino costa y tres paquetes de Caldo de Gallina, del papel amarillo.

El primero de los jugadores por la izquierda, es el portero. Juan, “El Barnizador”, muy eficaz como cancerbero, progenitor del que esto escribe, que venía del mundo del toro, pero que no se resistía cada mañana de domingo granadino, a pasárselo de mandíbula batiente hasta desternillarse, con el juego o lo que fuera, de éste puñado de vecinos albaicineros, que se juntaban para pasarlo bien, y como pueden imaginarse, lo de menos era el resultado. Todos eran del barrio, amigos e inseparables. Lo que de verdad deseaban era pasar un rato de risas, y eso estaba asegurado. Ganaran o perdieran, la celebración posterior en “El Cañizo” hasta altas horas de la tarde, tenían como consecuencia el enfado de todas sus mujeres, -mí madre la primera-, que se quedaban con el arroz sobre la mesa para pegar carteles. Esto se repetía un domingo sí y otro también. Pero volviendo a Los Escolapios y su siglo y medio granadino, lo que de verdad hay que dejar patente a través de ésta historia ajena al colegio, o al menos lo que yo he pretendido, es dejar clara, la vinculación de tan insigne institución con la vida social de Granada, desde sus comienzos a nuestros días.