lunes, 22 de octubre de 2012

ILUSIONES DE POBRES

ILUSIONES DE POBRES A la memoria de Pepe “El Lara”, de la placeta albaicinera de San Miguel El Bajo. Tito Ortiz En aquella Granada de pantaloneras, camiseras y planchadoras, que repartían la faena en un cajón a la horizontal, cuya correa les hacía pender del brazo y hasta la cadera toda la carga, no había sitio para el desánimo. Muy al contrario, constituía una ilusión interminable, que te tocarán dos reales del reintegro de los ciegos, que tu padre apareciera por la puerta con un papelón de recortes de pasteles, que en los obradores se vendían al peso, o que en papel de estraza, trajera de “Casa Ninguno”, un puñado generoso de chicharrones sobrantes de la matanza en el patio de la parra. El simple hecho de poder cambiar un día la merienda de pan con aceite y azúcar, por una rodaja de mortadela “Mina”, que venía embutida en lata, ya era un estímulo, o el acceder a un trocito de carne de membrillo, también. Las alegrías eran cortas y a corto plazo. Te alegrabas cuando un vecino podía comprar un televisor en Molinero Radio, firmando más letras que diez abecedarios, porque eso te habría la posibilidad de pedirle -a ratos- que te dejara verla. Y así acceder al mundo de fantasía de Silla de Pista, con Boliche y Chapinete, o Rin tin tin, con el cabo Rusty. Mantenías la alegría durante toda la semana, hasta llegar a las cinco de la mañana del domingo, si la familia había podido ahorrar, para comprar los tickets necesarios en la barbería de Agustín en la Calle de Elvira, para la excursión que organizaba a la playa de Motril, con parada en la Fuente de Dúrcal a beber agua, y en Vélez de Benaudalla para comprar pestiños. Mientras mi tía Loli almidonaba su cancán para los domingos, mí ilusión era que llegara el Lunes, para acercarme hasta la iglesia de San José, y pedir unos cuantos panecillos de San Nicolás de Tolentino, para repartirlos a los vecinos enfermos. Asunto éste que sólo ocurría los Lunes por la tarde. Mientras mi madre soltaba sobre la pila de lavar, llena de ropa blanca, la “muñequilla” de añil, yo me alargaba hasta el torno del convento de Santa Isabel La Real, para pedirle a las monjas, unos recortes de ostias, que degustaba mientras bajaba por las calles del Albayzín. Eran los tiempos en los que Pedro Julián Lara, lucía melena a lo Jesucristo Superestar, y ya hablaba de un sueño imposible: Una Granada por la que discurra el taxi único metropolitano, el metro y hasta el AVE... ilusiones pobres, a fin de cuentas, pero que a la gente de a pie, siempre nos ha gustado fantasear con esto. Tenemos derecho a la ilusión ¿no?. En aquel tiempo, dijo Vicente González Barberá a los granadinos: Subid y entrad, porque os la pongo gratis. Y con sólo enseñar el carnet de identidad, nos permitió acceder a todos los rincones de La Alhambra, por el sólo hecho de haber nacido al abrigo de ella. Y fuimos felices al ser distinguidos de entre los turistas. Y presumimos hasta el hartazgo, cuando al llegar a la puerta de entrada, el amigo Cañas, le hacía la muesca a los tikes de los guiris, y nosotros entrábamos con sólo enseñarle el DNI. La mirada de sorpresa en ese momento de los visitantes foráneos, era comparable a un semiorgasmo flatulento de orgullo patrio, de la patria chica. Levantábamos la barbilla y entrábamos al recinto con paso decidido, conscientes de la envidia que acabábamos de producir en los que aguardaban en la cola, íbamos cuán legionario que encabeza la escuadra de gastadores, al inicio del desfile de la victoria en la Plaza de Oriente. Todo para llegar al final de las tripas de salchichón, chorizo, morcilla o salchicha, lo que siempre hemos llamado, “el culillo”, con su presilla metálica y todo. Los pequeños trozos de la pieza de queso manchego o de cerdo, el tocinillo sobrante de una libra, el resto de la paletilla de jamón que ya se ha puesto duro como una piedra. Todo esto te lo venden como recortes en un cartucho de a peseta, y cuando llegas a casa y lo pones sobre la mesa, la sensación es de festín con chorreras, o sea, gran ilusión en casa de los pobres, donde se pasa necesidad, aunque no hambre. Siempre hay un boniato asándose en el brasero, un jarrillo de café de malta en el “infernillo”, y unas lentejas que se están haciendo a fuego lento, en la recién estrenada hornilla de petróleo, que aunque más rápida que la de carbón, tizna las ollas y deja aromatizada la comida, de tal guisa, que parece que estés masticando el oro negro. Celtas, Peninsulares, Ideales de papel blanco o amarillo, el popular Caldo de Gallina, todos los pregona “La Perejila”, esa popular albaicinera, que con su lata de carne de membrillo, completada con libritos de papel “Bambú”, y cajas de cerillas de Fosforera Española, con el dibujo – que no foto – de los futbolistas de primera, baja a buscarse la vida a Granada, vendiendo los cigarrillos uno a uno, porque los pobres no tienen para más. El negro a perragorda, el rubio a un real, y puedes elegir entre “Bisontes” o “Philip Morris”, cortos sin emboquillar. En la esquina de la calle Elvira con Plaza Nueva, a las puertas del “Café España”, junto a Pepe el de los iguales, y Melchor, el gitano limpiabotas más honrado que he conocido, “La Perejila” pregona su tabaco, a la espera de poder llevar a casa algo para comer. Es su ilusión, y la nuestra... que éstos personajes no se olviden, y tengan un monumento en la Granada que adoraron, y aún a sabiendas de pasar hambre, no abandonaron jamás la ciudad de La Alhambra.