domingo, 26 de febrero de 2012

CLUB HERMANOS MONTENEGRO

CLÁSICOS GRANADINOS

Tito Ortiz.-

El Club Hermanos Montenegro, la decana de las peñas taurinas de Granada, cambia de domicilio.

En sus paredes se cuelgan las dos orejas y el rabo de “Islero”, el toro que mató a Manolete.

Nació en los años cuarenta para reunir a los aficionados a favor de Curro y Miguel Montenegro, frente a los que optaban por Rafael Mariscal.

En el corazón del Barrio del Realejo, entre los bares, “El Romeral “ y “El Sota”, en la corta calle Honda, frente a la plaza de Fortuny, en plena posguerra española, nace por entonces el Club Hermanos Montenegro, para reunir a los aficionados taurinos que en la época, optaron por éstos chavales que surgieron de la extinta escuela del club Taurino, y que en su momento, pusieron el cartel de no hay billetes en plazas como la de Carabanchel, cuando al más puro estilo Berenjeno Motrileño, por la tarde se toreaba y por la noche se boxeaba en el mismo ruedo.

De sus paredes cuelgan los trofeos más preciados cortados en tardes de éxito clamoroso, como los apéndices de “Islero” de la ganadería de Mihura, que le llevaron a la enfermería al califa “Manolete”, la tarde del 28 de Agosto de 1947, cuando herido de muerte, iba soltando gota a gota sobre una palangana en el suelo, la sangre transfundida de un policía nacional granadino, que fue el primer voluntario en la plaza, para darle vida al que la perdía sin remisión. Fotos inolvidables hay en sus paredes, del mejor ambiente taurino granadino de todos los tiempos, con personalidades de todos los ámbitos, que hicieron grandes las interminables tertulias del antiguo número cinco, hoy 24 de la calle Honda del Realejo. Los “montenegristas”, siempre fueron gentes de gran humor y bondad, que recibieron con los brazos abiertos en su sede, a todo el que de buen talante, quiso coincidir o disentir desde la educación, en el valor de la particular tauromaquia, de los hermanos Montenegro.

LAS PATAS

Se distinguen entre las fotos y carteles irreemplazables, unos trofeos que hace años se dejaron de cortar por cuestiones de higiene, son las patas de los astados, que por entonces era el máximo trofeo que se podía otorgar en una faena, y que una vez desecado, se posaba sobre soporte de madera barnizada a modo de trofeo inalcanzable para muchos. En el centro, las mesas que tanto saben de ajedrez, damas, dominó, brisca, ronda o julepe, y a los lados, la historia taurina de una Granada que ya no volverá, pero que se resiste a ser arrumbada en un trastero de la desmemoria. Fotos y carteles testigos mudos de interminables charlas en torno a la faena de Miguel Montenegro aquella tarde en Madrid, o su campaña como banderillero en tierras hispanoamericanas, donde era idolatrado. Igual de su hermano Curro, que una vez vestido el oro, no lo cambió por la plata, aunque jamás se desconectó del toro y su mundo.

EL ESCUDO INSIGNIA

Ahora que la centenaria sede se declara en ruina, los “Montenegristas” se han buscado la forma de seguir con la llama viva de su afición, y se trasladan a un viejo local conocido de todos ellos, emplazado en la cercana calle del Apóstol Santiago, frente al convento del huerto de los olivos y la virgen de la amargura. Continúan con su escudo anagrama, que por su estilo y estética, es un auténtico barómetro de la época fundacional, adherido a los cristales de sus balcones, que también fue orgullosa insignia para presumir de ella en la solapa, en la que no falta la efigie alhambreña, mascarón de proa del sentir granadino. En los años de las fatigas, nació ésta que ahora es la decana de las peñas taurinas de Granada, con unos socios que para demostrar su alto nivel adquisitivo en tiempos, dejaban aparcada en la puerta su flamante, Veloxoles Orbea, aquella criatura con las maniquetas de los frenos hacia dentro, y diminuto motor en la rueda delantera con mezcla por combustible, que tanto diferenció ya, a la sociedad bicicletuda de posguerra, con la que empezaba a ver la luz, a base de no dar a los pedales, algo que para entonces ya era un lujo. Lo mismo que los que podían permitirse, las modernas abrazaderas para que el pernil del pantalón, no rozara con la cadena manchándose de grasa, porque los no pudientes, se lo pegaban al tobillo con una pinza de la ropa. Eso, y un cigarro de repuesto en la oreja, eran sinónimo de un estatus diferente en la Granada de las hambres, cuando los que querían ser toreros, se tenían que ir por la noche a torear al matadero, las reses que se iban a sacrificar por la mañana. José Julio Granada, fue de los últimos en hacer eso. Que diga él si miento.