lunes, 3 de octubre de 2011

LA VENTA DEL LORO

LA VENTA DEL LORO

Tito Ortiz.-

Estábamos sentados en corro, en sillas y mesa de tijera, abrigando una botella de anís impreciso, rellenada con vino blanco y gaseosa, tapada con un corcho agujereado, del que sobresalía una caña del grosor de un carrizo de zambomba navideña, que disciplinadamente a garganta abierta, ocupaba la mano diestra de los presentes, pasando de uno en uno, en el sentido de las manillas del reloj, aquel viejo Longines de bolsillo, encadenado al chaleco, que mi padre me había regalado, por mi primera paga entregada en casa. El asunto discurría correspondiente a un día de San Miguel cualquiera, en el que los albaicineros, peregrinaban por la puerta de la famosa venta, para ir ocupando sus lugares en el cerro del aceituno, o la popular “bolilla”, por su parecido a un sombrero, de ahí, también su denominación popular. Mi compadre, Angel Rodríguez “Chanquete”, se lanzó espontáneamente por fandangos de la tierra, haciendo un homenaje, primero a, Frasquito “Yerbabuena”, abordando después su flor más preciada, en la que no tiene rival, los fandangos de nuestra costa, hablo de Jete, Otívar, cualquier modalidad de éste palo, en el que la mar esté cerca, mi compadre lo conserva con el quejío más puro y añejo que pueda imaginarse.

Tras refrescarse el gaznate y mordisquear un raspa de bacalao, Isidro Alba, dejó con parsimonia la botella sobre la mesa, entrándole con enjundia a la soleá apolá del “Niño de Jun”. La voz laína de tan cabal aficionado, rasgó el cielo taciturno de Septiembre, mientras los romeros camino de la ermita, volvían sus caras de asombro, para fijar la mirada en aquella reunión de parroquianos, que ante un cuenco de aceitunas zapateras, a golpe de lingotazos y nudillos sobre la madera, en ausencia de guitarra, desgranaban lo mejor del cante granaíno. En la puerta de la venta, cada vez eran más los que se paraban, haciendo un alto en el camino, para saborear lo más jondo del cante de la tierra, en la voz de quienes mejor lo han conocido y practicado. Quienes lo conocemos, sabemos que esto ocurriría: No pudiendo contenerse, Miguel Burgos Única, “El Cele”, dió un brinco desembarazándose de la silla, y ensacando una buena cuerda de su macuto, hizo al instante un columpio en el cercano olivo, y al vaivén del artilugio, fue diciendo los cantes pertinentes aprendidos de sus abuelos, aportándoles lo mismo que las madres al buen vino, rematando el asunto con unos cantes de trilla.

Fue Curro Andrés, quién después de haberle dado un buen mordisco a un membrillo, hizo la salía de la “seguiriya”, con el mutis asombrado de todos lo presentes. Ante las “duquelas” de muerte expresadas por el de la calle Imprenta, agotada la segunda botella, Pepe Delgado, salió a la puerta de la venta, con un porrón recién mezclado en la mano, ofreciendo a los presentes, que cada vez en mayor número, agrandaban el corro para que empuñando su guitarra, el gran Adrián, el guitarrista ciego de Granada, maestro de Ochando y tantos otros, acompañara con temple de campana, el decir ajustado a los cánones de Francisco Andrés al cuadrado. Alguien sacó una petaca de caldo de gallina, que puso sobre la mesa junto a un librito de papel “Bambú”, y el cante siguió brotando, al paso de fiambreras y manteles de cuadros, junto a hogazas de Alfacar, camino del cerro. Es día de San Miguel, es día de tortilla de patatas y pimientos fritos, de acerolas y azofaifas, de almencinas y maholetas, cuyo hueso diminuto, lanzado por el ánima de un canuto de caña, hará blanco en el cogote del incauto, mientras en cante de los otros, habla.

Animando el corro estaban, Pepe “El de La Campsa”, Angelillo, Martín Liñán,.. y en esto, llegó de Alhama, la tierra de los baños, Paco Moyano, que improvisando una letra contra Franco, hizo soltar las carcajadas, y los rápidos vistazos a uno y otro lado, por si había ropa tendida. La media granaina la puso, Juan Antonio Cuevas Pérez, mientras Juanillo “El Gitano”, daba la auténtica dimensión, de lo profundo que es el pozo sacromontano del flamenco, echando al aire con peso de plomo en la garganta, los tangos de “Los Merengazos”. Asentía echando bocanadas de humo de su excelsa pipa, el padre de la Rosarito, que tenía su santuario frente a los Hospitalicos en la calle de Elvira, mientras su yerno, Francisco Manuel Díaz, hacía sonar su guitarra de cristal, cuya imagen exportamos a todo el mundo, como el único luthier de la Cuesta de Gómerez, capaz de tal hazaña. Soltó al viento en el momento, sus versos más preclaros, el granadino-murciano Fernando Lastra, y raudo como un relámpago, le acompañó la guitarra de Vicente “El Granaino, que desde la sombra, sigue aportando la luz más flamenca, al rasgar de la prima y el bordón. Era otro día de San Miguel, desde Haza Grande.... a la Alhambra.

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