martes, 11 de octubre de 2011

AMIGOS DEL LUNES

AMIGOS DEL LUNES

Tito Ortiz.-

Aquella vieja televisión en blanco y negro, de un solo canal en el Paseo de La Habana de Madrid, estaba tomada por extranjeros, con mucha más experiencia que nosotros, en eso de hacer producto para la pequeña pantalla. Aquí desembarcaron, por ejemplo, los llamados “vieneses”, que entre otras individualidades muy acreditadas, contaban con Herta Frankel, y su perrita Marylín, que fue la primera ventrílocua a la que tuvimos acceso en España, los inseparables Franz Johan y Gustavo Re, presentadores a dúo de multitud de programas, de entre los que destacó, “Amigos del Lunes”, espacio de variedades, presentado con humor, para toda la familia, que se emitía como su propio nombre indica, la noche de los Lunes, después de que todavía tuviéramos en el recuerdo, el programa por excelencia, presentado por Laura Valenzuela y Joaquín Prat, llamado, “Galas del Sábado”, y que como pueden imaginar, se emitía la noche de la víspera del domingo. Entonces los programadores no se estrujaban mucho el cerebro para titular un espacio. Baste recordar el pionero de los infantiles, “Silla de Pista”, con los inconfundibles Boliche y Chapinete, que tocados con un canotier, desde el que se balanceaba un pájaro, hacia atrás y adelante, y utilizando como decorado en plató, una simulada pista circense, abordaban todos los contenidos propios de la tarde infantil con gran éxito.

Tenía los ojos más grandes y profundos que he conocido en mi vida, la sonrisa más señorial conocida, y el porte de una gran señora, que había sabido adaptarse a los tiempos. Doña Luisa, en su casa de La Almanzora, me preparaba cada noche para ver la tele, unas natillas exquisitas, que jamás he vuelto a probar, con almendra picada y tostada por encima, y mientras Luís Mariano cantaba “violetas imperiales”, en aquella primera televisión en blanco y negro que llegó al barrio, mi mano de infante de algo más de un lustro, iba socavando el plato, dejando hoyos al paso de la cuchara, y deleitándome con aquel sabor dulce e irresistible. En el dormitorio cercano, ensayaba siempre con la puerta cerrada, sin cesar, el discreto clarinetista de la orquesta del Rey Chico, con el que doña Luisa compartía vida y honor, y al que nunca vi la cara. Notaba su presencia, pero nunca lo vi, doña Luisa lo guardaba como su secreto más preciado. Mujer de torero afamado, al que la parca partió en dos en la antigua plaza, a tan sólo unas horas de su alternativa, rezumaba en su semblante y porte, la estela noble del abolengo más preciado, junto a la sencillez más absoluta. Todavía no he encontrado una mujer con su clase, pese a la terrible tragedia vivida, digna de ser cantada en romance y vista en la gran pantalla como drama nacional al más puro estilo patrio. Amazona de rejoneo clásico, galopó por la senda de la viudedad, con el señorío de una Emperatriz atarfeña, y yo tuve el privilegio de ser mimado por tan gran señora, que no sólo nos permitía ver la televisión de la que carecíamos en casa, sino que nos trataba, pese a nuestra condición humildísima de inquilinos de su finca albaicinera, como si de su propia estirpe fuéramos. A doña Luisa le debemos en mí casa, descubrir por primera vez lo que era un televisor, verla hasta que llegaba “El Alma se serena”, y se interrumpía la programación hasta el día siguiente, momento en el que doña Luisa, parsimoniosa y metódica, dejaba caer sobre aquel extraño mueble, una impecable funda de franela, con la que el instrumento quedaba protegido hasta otro día, en que a las dos de la tarde, comenzaba de nuevo la programación de aquel único canal. El UHF, fue un invento muy posterior.

Y así fue como entre natillas de doña Luisa, y hazañas del cabo Rusty y su perro Rin tin tin, llegamos a la muerte de Pío XII y vimos pasear en silla gestatoria a mi inolvidable y admirado Juan XXIII, el Papa del Concilio Vaticano II. Con él, se murió para mí, el último Papa de Roma. Por eso nunca agradeceré bastante a esa gran señora, el haberme permitido a través de su televisor Vanguard de madera barnizada, que tardaba una eternidad en encenderse, haber sido un niño más abierto al mundo y a las cosas, en un tiempo que la tele no estaba en todas las casas, vamos, a la mía tardó muchos años en llegar, pero es que además, la tele enseñaba, educaba y entretenía. Yo me aficioné al teatro, con programas como, “Estudio 1”, donde conocí a los clásicos. Y a la zarzuela, por las retransmisiones en directo desde Madrid. A la música clásica, por los excelentes conciertos sinfónicos. Yo he aprendido durante mi infancia tanto de la televisión, que ahora no comprendo, como hay padres que se atreven a tenerla encendida en casa a determinadas horas, con sus hijos sentados ante ella. Lo mismo que se les enseña a leer y a escribir, a los hijos hay que decirles que pueden ver en la tele, y a que horas. Asusta la última estadística en la que se advierte de que, casi dos millones de niños entre los dos y nueve años, ven la tele cada noche hasta después de las doce. ¿Y luego queremos que rindan en el colegio, y nos damos golpes de pecho por el fracaso escolar?

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