martes, 4 de octubre de 2011

LA VENTA DEL ÁLAMO

LA VENTA DEL ÁLAMO

Tito Ortiz.-

Con la muleta de la vida, y un pernil de más, sus gafas oscuras y un torrente de voz inalcanzable, Guzmán Albea cantaba aquella noche por derecho, en La venta El Álamo, entre la carretera de Murcia y la Puerta de Fajalauza. Sentados en la mesa camilla, los señoritos paganini, daban buena cuenta de un pollo frito con ajos, manjar sublime de aquellos años, y media damajuana de tinto Pasto Espinosa, la coñac y el aguardiente, vendrían después. “El Chispitas”, con el cuello doblado sobre la curva menor de la guitarra, acompañaba al corpulento cantaor, especializado en captar la atención del auditorio, por mor de sus salidas espectaculares, a pecho descubierto, sin red ni paracaídas. Cantaor valiente, Albea sé hacia rodear de otros que no lo eran menos, tal era el caso del Niño de Osuna, o Chiquito de Osuna, o Manolo. Tampoco andaba falto de voz, Miguel Mariscal, que cuando abandonaba su escalera de pintor, se transformaba en decires de quejíos lentos y jondos.

Llegaban los coches del punto hasta la puerta, y de ellos salían cantaores, guitarristas y bailaoras recién peinados, con olor a brillantina, mientras Pepe Albayzín, antes de cruzar el tranco de la entrada, se abrochaba pinturero el botón de la chaqueta, y se tiraba con el índice y el pulgar, de los picos del pañuelo de bolsillo, para mostrarlo a las gentes con orgullo flamenco. Los artistas tienen también que parecerlo, no basta con hacer bien el oficio, el flamenco tiene una imagen, y entre los vecinos del Albayzín y el Sacromonte, a nivel de imagen, existe una diferencia clara de los que son artistas y los que no. Y si tienen la suerte de ser fijos, como los que Manolo Gómez mantiene cada noche en “El Rey Chico”, entonces el privilegio es grande, como la voz de La Carmela, o el baile de Angustillas. No hay que olvidar, que entre las ventas y las cuevas, Granada ha tenido una época de gran flamenco, con estilo propio y sin imitar a nadie, dando lo mejor de nosotros, lo singular y genuino, que en ninguna otra parte de Andalucía se ha hecho, o se ha sabido hacer... bien. Jerez tiene muy buenas bulerías, pero nada saben del Tango Falseta, de los Merengazos, o simplemente... del Camino. Pocos son los cantaores de fuera, que saben hacer la Granaína y la media como dios manda, sin confundirlas con la malagueña, o meter un fandango abandolao de los montes de Málaga, confundiéndolo con la media, o hacer los cantes de Frasquito Yerbagüena con aires de Huelva, que ya es el colmo de los colmos. Vamos, tal y como hacía nuestros cantes, Juan Antonio Cuevas Pérez, “El Piki”. Granada tiene pocas cosas singulares en el arte flamenco, pero las que tiene, son inimitables e inconfundibles, sobre todo lo concerniente a la zambra y el ritual de la boda calé.

Y hablando de calé, buen cante gitano lucía en primera persona Juan “El Canastero”, hermano de María, propietaria de la más famosa cueva del camino. Juan se dedicó a sus negocios de telas y nunca se hizo profesional, pero el gusto y el deje de su voz, eran cotizados entre los aficionados de paladar fino, y bien que lo dejó grabado en aquel “Mosaico de los Cantes Granadinos”, que se registró en los estudios de Radio 80, en el edificio La Pirámide, dirigido por Pepe Delgado, con el acompañamiento de Rafalín “Habichuela”. Muchos bebieron en aquel kiosko, tasca, taberna o catedral del cante, que en el Zaidín tenía el guardia municipal más flamenco que ha dado la historia, y que por muchos años fue esa escuela donde aprender. Francisco López Aguilar, “Niño de Curro” o Curro El Guardia, albergó en las entretelas de su afición flamenca, a todo aquel joven o menos, que quería aprender el flamenco y no sabía dónde. Granada tiene una deuda eterna con éste hombre, que desde el uniforme honrado de municipal, dispersó el arte flamenco, abonando a no pocas almas que después lo han engrandecido. Sin que podamos olvidar a los que cada madrugada, en la soledad acompañada de un reservado, ante los señoritos de postín, y las señoritas de medias de cristal con costura y, boquilla para fumar rubio americano del estraperlo, soltaban “dukelas” de muerte por su garganta, en la venta “Los Rosales”, donde Granada se escapa en dirección a Madrid. Ay, cortijo de “Los Mimbrales”, si yo pudiera cantarte como lo hacían, “Chocolate de Graná”, Morente Cotelo, o mi amigo ferroviario, Currro Vega “El Parrales”, con la guitarra de mí admirado profesor de autoescuela, Juan de Pinillos. ¿Para cuando ese homenaje en Granada, a sus segundones de oro? Para cuando, el reconocimiento del magisterio impartido desinteresadamente, por aquellos maestro anónimos, que han llegado a forjar lo mejor de nuestro arte desde el anonimato, en cante, toque y baile. Lo mismo que existe el Oscar, para los actores de reparto, no protagonistas, en flamenco deberíamos inventarnos aunque fuera, la llave de bronce, para reconocer a tantos maestros que impartieron su humilde saber gratuitamente, formando a los que después, incluso, han llegado a ser artistas de postín. Que quiten ya de los bares el cartel de... ¡Se prohibe el cante!, y que las administraciones, dejen de subvencionar a los de siempre, que hay más artistas en el mundo del flamenco.

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