martes, 23 de julio de 2013

DE POLICÍAS Y COSTALEROS...

DE COSTALEROS Y POLICÍAS, MUY AVANZADA LA MADRUGADA. Tito Ortiz.- Aquella noche se presumía larga y desafiante. En la tele no ponían nada atractivo, la cartelera, tampoco animaba, así que a partir de la diez, poco a poco y sin efecto llamada, fuimos recalando todos en la barra de “El Sota “, en la plaza del Realejo, donde el bueno de, José Ocaña Carmona, nos daba conversación y cobijo. Conforme el reloj avanzaba, Carmela, su mujer, se retiró a descansar, dejando “al sota” a nuestra merced, en ese momento en que las charlas cofrades discurrían, por lo azaroso de su responsabilidad como hermano mayor de la hermandad del Rosario, el montante económico que había que preparar para recibir al capitán general del estrecho, la escuadra de gastadores, la compañía de honores de la marina y su banda de música, que daría un concierto en el auditorio Manuel de Falla, el día antes de la salida procesional. José Carranza, - wily para los amigos- asentía y añadía comentarios juiciosos al respecto, aportando su experiencia en el mundo cofrade, con un toque de humor, que sólo desde la ternura, poseen los elegidos, que curiosamente, son llamados a la derecha del Padre antes de tiempo. El Turri, asentía y animaba cualquier opción, desde la lealtad de una copa saboreada, -no tragada-, pese a que la madrugada, avanzada y mucho ya estaba, y el número en general de escanciamientos... también. Al fondo del bar, donde antaño se divisaban las figuras de toreros recortadas en la pared, cerca de donde en 1947 estuvieron colgadas las dos orejas y el rabo de Islero, el mítico Mihura que puso fin a la vida de Manolete en Linares, ahora “El Sota” había puesto unos futbolines y unas mesas de billar, donde la costalería granadina pasaba las horas antes y después de ensayos, en la compañía de un larios con pepsi, o un pálido de Montero con cola. Sólo, El Compadre o Juan Cobo, desgustaban el wodka con naranja. El reloj de la madrugada, implacable como una sentencia, era testigo mudo de cómo el Sota, ya al otro lado de la barra, daba permiso a Jesús Ortiz y su hermano Falo, para que no faltara líquido en los vasos. Apagada la televisión, el viejo reproductor de cintas de casset, daba rienda suelta a las marchas procesionales venidas de otras tierras, con el volumen necesario para que la vecindad, aún sin pretenderlo, se sintiera imbuida del espíritu cofrade, de una Granada que despertaba a una nueva semana santa, tras el glorioso milagro de una nueva hermandad fundada por Francisco Andrés, Alberto Rodríguez Roldán, Ángel Rodríguez “Chanquete”, José Montero y otros, que con el sobre nombre piadoso de “La Concha y El Manuel”, tiró en solitario de la semana santa granadina, hasta conocerla como es hoy. Pasaban los reunidos de la cincuentena y se hizo necesario el arriado de la persiana, para no permitir intrusos, y aminorar el sonido al exterior, pero por lo visto ni eso fue suficiente. Tocaba la campana de La Torre de la vela el ritual de las ánimas, cuando alguien dispuso de una cortina que daba acceso a los servicios, y de un salto, se encaramó a la mesa de billar más cercana a la puerta. Allí espero a unos menesterosos y colaboradores costaleros, auparan al Wily y colocándolo en el centro del rectángulo, fue revestido con la tela, quedando envuelto a modo de cautivo. Pronto un patero derecha adelante, se hizo con la escoba de la cocina, y a modo de cetro o dicho “granainamente”, cañilla, se la colocó al Wily entre las manos, anudó éstas con el cordón de la cocina, y al grito de... ¡A éstas es!, la mesa de billar se izó por los aires en una levantá perfecta, y a la voz de: Vámonos abriendo calle, la mesa de billar americano con el improvisado cautivo, marchó presta hacia la calle, no sin que antes, un contraguía avispado, tirara de la persiana al cielo y dejara el camino expedito hacia la plaza de Fortuny. La sirena de un coche policial no se hizo esperar, ya que algún vecino dio el aviso de escándalo en el realejo. Pero la sorpresa del chivato fue mayúscula, cuando aquellos policías bajaron del coche patrulla y desde el balcón pensaba que íbamos todos a la cárcel. Los uniformados, formados a modo de gastadores, uno en cada esquina y con paso lento reglamentario, dieron escolta cumplida durante el trayecto de Fortuny a Santo Domingo y regreso a su iglesia, o sea, a la taberna del Sota. El malhumorado vecino no daba crédito, los ojos se le salían de las órbitas, pretendía tirarse por el balcón, con tal de infligirnos un castigo ejemplar, pero a punto de la locura, todavía tuvo que soportar, que al volver el trono, paráramos cuadrándolo en la puerta, y un cantaor profesional, lanzó al aire de la madrugada un cante por saetas, que reventó el cielo forzando el amanecer. Entre vítores y aplausos la mesa de billar volvió a su sitio, el wily a su casa y el sota a dormir, como el resto. La explicación era muy sencilla: Los cuatro policías que acudieron a la llamada del 091, eran costaleros nuestros. ¡Gracias a Dios! Y al wily, que no se movió en ningún momento, pese a ir todo el rato de costero a costero.

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