lunes, 11 de marzo de 2013

PASEO POR LA POBREZA

PASEO POR LA POBREZA Tito Ortiz El pie de la Torre, aparte de ser el lugar idóneo para coger una pulmonía en Granada, puede convertirse en el descalabrador de moda, como ya ocurrió hace tiempo, en el deshace peinados al instante, o el vuela sombreros ipso facto. Pero desde hace algún tiempo, también es la bóveda en la que resuena la voz abaritonada, de un corpulento joven, al que no le echo menos de ciento veinte kilos a la canal, que con excelente timbre, pide para comer con un vaso de plástico en la mano. Hasta ahí, nada que se salga de esa penosa imagen que una ciudad “milenaria” como la nuestra, ofrece al visitante, para dejarlo perplejo y patidifuso, ante la cutrez de una city en declive, indolente, y amorfa, sumida en una irremediable depresión, de la que no sale ni con ayuda del propio Freud, redivivo. El caso es que la ciudadanía, consciente del riesgo que éste joven puede correr por Colesterol y Triglicéridos, no le echa muchas monedas que digamos en el vaso, a sabiendas de que debe cuidar su dieta, pero él, insiste una y otra vez, hora tras hora, pidiendo para comer con auténtico frenesí, que en ocasiones raya en el balbuceo hilarante, de un amago de llanto, al más puro estilo de una tanguista borracha en el arrabal. Cansado estoy de hacerle reportajes a los comedores sociales, donde transeúntes y criaturas sin distinción, pueden acercarse a comer diariamente. Cansado estoy de que el voluntariado me diga, que en Granada no se queda ningún mendigo sin comer, y que a veces, hasta sobran raciones. Por lo tanto, no sé si pensar, que éste chico que pide a los pies del campanario catedralicio nos engaña, y aparte de asistir diariamente a los comedores sociales, gasta las limosnas que recoge en el vaso también en comer, porque de otra manera no se entiende su sobrepeso. ¿Acaso estará afectado de gula, glotonería, o simplemente, padecerá de hambres desaforadas, como un caracol en un espejo?. A menudo paso por Ganivet, y en sus hermosos soportales abovedados, no es extraño encontrar a un menesteroso músico callejero, que acordeón a los hombros, nos deleita con una versión desacertada, de aquella famosa canción que dice: Con ese Lunar, que tienes, cielito lindo, junto a la boca... no se lo des a nadie cielito lindo que a mí me toca... Bueno pues aquello suena de aquella manera, o sea, que no es la filarmónica de Berlín, pero tampoco es María Jesús y sus pajaritos, con lo cual se agradece el asunto y no va a mayores. Comenzó a llamarme la atención que cada día cuando yo pasaba por el lugar, el entregado intérprete, atacaba con pasión el tema, y así un día y otro, hasta que comencé a sospechar. Y poniéndome en contacto con amigos y familiares, rogué que a distintas horas del día pasaran por allí, y me informaran de la canción que el sonoro trovador estaba tocando. Hecha la experiencia durante cuatro días, los autores del experimento no salíamos de nuestro asombro. El asunto fue, que el voluntarioso acordoneísta, no sabía tocar otra cosa. Allá muy lejos en su país de origen, compró a un familiar el instrumento de segunda mano, le pidió que le enseñara a tocar un solo tema, y con ese bagaje se encajó en Hispania, más concretamente en, Garnata, donde come tres veces al día, gracias a frasear con desacierto una única partitura. Si eso mismo lo hace un nativo, no se come una rosca en la vida. Pero que nadie se rasgue las vestiduras, porque la pobreza ha llegado incluso a los hospitales donde se opera al Rey. Sonoro es el caso ocurrido mientras su majestad convalecía de su intervención en la espalda, en las consultas externas del mismo edificio, un plebeyo ciudadano calló al suelo aquejado de un infarto, y tal fue la situación precaria del hospital, que optaron por llamar al 061, pidiendo una ambulancia medicalizada. Aquí el hospital, envíen un médico. ¿Pero en manos de quienes hemos puesto al rey?. El Hospital “La Milagrosa”, va a pasar a la historia porque sobrevivir a el, es eso, ¡un milagro!, pues no hay que olvidar, que desde que entra el rey en el, no suceden más que desgracias. Un incendio, pequeño, pero incendio al fin y al cabo, se declaró también mientras el monarca era inquilino del gafado sanatorio, o sea, que al grito de ¿¡ hay un médico en éste hospital!? personal y pacientes de “La Milagrosa”, se ponen en manos del altísimo para que nada les suceda. Esa es la sanidad que nos ha dejado en Madrid, “espe”, esa criaturita que se ha ido a cazar talentos a la empresa privada, mientras ha convertido en bocado apetitoso para las empresas de sus amigos, a todo el sistema sanitario de la Villa y Corte. Pero en volviendo a la ciudad de la Alhambra, y a sus profesionales de la pobreza, apartando al que luce dos palitroques por piernas, y vocea con vehemencia, clamando una limosna en la puerta de correos, o la callada madonna que sujeta en el regazo un cartón con sus penurias, de un lustre en la cara que da gloria verla, el que me llama la atención es ese que a la entrada de La Alcaicería en el Zacatín, se pone a vender paraguas en días de lluvia, y al contrario de sus compañeros, en lugar de ponerlos en el suelo sobre un plástico, aguardando en silencio que llegue el comprador, éste no duda en coger varios con la mano, y ofrecerlos a los viandantes a buen precio, lo único que ocurre, es que se los oferta a los que llevan el paraguas en la mano, abierto, resguardados de la lluvia y no, a los que corren bajo el agua careciendo de tan oportuno artilugio. Un fallo de marketing, que debería ser corregido. ¿Qué será lo próximo?... un coche de bomberos sin manguera, sin escalera, por aquello de los recortes. ¿Para cuando una escuela de pobres como dios manda, en la que se enseñe a pedir de manera organizada y coherente?

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