martes, 5 de marzo de 2013

PLAZA DE LAS TRES CAMPANAS

PLAZA DE LAS TRES CAMPANAS Tito Ortiz.- Le encargué el Pregón del Día de La Cruz, y todavía no ha sido superado. Requerí su colaboración para poner en marcha el entonces inexistente Pregón de La Feria Taurina de Granada, y La Corrala de Santiago, acogió la granadina dicción del maestro Miguel Montenegro, iniciando un paseillo, que aún no ha terminado. Pero donde su vació es más patente, es en la narración y pregonación de la Semana Santa de Granada, ya que sus conocimientos y verbalización de las tradiciones, no han tenido competidor. Capaz de hacer que sus escritos rezumen olor a Mirto y Romero, amasados con Juncia y Mastranzo, o colocar sonidos de bronce en solitarias plazas, fue capaz de convertir Plaza Nueva, en la Plaza de Las Tres Campanas: Campana la de La Audiencia, Campana la de La Vela, Campana La de... Santa Ana. Y mientras las azucenas florecen en carmenes del albaicines y realejos, las acerolas, membrillos y azofaifas, se reparten por la carrera de la Virgen, rodando hacia la basílica encantada. Hidalgo degustador de elixires sin tapa, prefería – aún siendo el mismo - el vermut de las Bodegas “La Mancha” al de “Castañeda”, porque en la primera no ponen tapa, que comer mientras se bebe es grosería alta. Y cuando algún camarero, sin conocerlo le ofrecía manjar con el que hacer eso que ahora llaman los modernos, el maridaje, contestaba presto, que cuando tuviera hambre se iría a su casa, que el noble arte de beber, reñido está con el tragar, que nuca escribano de su talla, debiera ser confundido, con amanuense plebeyo. Ángel Luís, hizo de las letras su vocación, con una caligrafía impecable propia de otros siglos. De sus rimas y sonancias, el arte de declamar sin estridencias falsas, vivencias que sólo un granadino hasta la médula, lleva prendidas en sus entrañas. La humeante pipa para pasear Granada, la retina para fotografiar su belleza, el martillo, yunque y estribo, para grabar en la mente los sonidos de vencejos y arriates de cantarinas aguas, que dan al atardecer granatensis, personalidad propia jamás comparable con nada. Conversador de largas tertulias, defensor de urbanidad y comportamiento, rechazaba lo grosero, lo soez y descreído. Noble de fe y siervo siempre de sus Angustias de La Alhambra, no rechazó colaboración y presencia en otras hermandades, donde su paso fue siempre el de servir y no servirse, el de colaborar a cambio de nada, el de estar sin pretender cargo, el de colaborar sin presentar demanda. Señor de altares de Corpus, de Cruces, de romerías a San Miguel, de Viacrucis en la intimidad de su alma, ayudó a quién se lo pidió, y a quien no, también. Visitador de Monumentos en Viernes Santo, de adoración nocturna de estrellas en sacromentes encalados, distinguió siempre entre una saeta y un salmo, entre lo popular y lo chabacano, que no por ser más cercano el cantar, debe ser desposeído de elegancia y encanto, que el hábito si hace al monje, y que el ritual es sagrado. Guardar y hacer guardar las formas, la cortesía, pero no por ello ufano, nada más lejos de Sabador Medina, hombre de otro siglo, aquí trasplantado por azares del amor con una misión en su rastro. Hacer amigos por doquier, dar testimonio de buen cristiano, ser solidario con los suyos y con los otros... amparo protector, brazo amigo de sustento, oidor de tragedias en confesión, blandiendo la discreción a modo de escapulario. No se puede pedir más, a noble desinteresado, que siempre tuvo palabras de aliento, para algún ayuno de esperanza, por otros desahuciado. Con el codo apoyado en la barra de “La Mancha”, versó sobre filosofía, el amor, la vida y la esperanza, siempre con palabra de aliento, para aquel que lo escuchara, entre el humo de su pipa, los aromas de yerbabuena y albahaca, esa que riega la niña, en carmen frente a la Alhambra, mientras canta por bajini, a la rueda de chuchurumbel, pasa un carro lleno de miel, embargando al escritor la nostalgia de una tierra que entre los dedos se le escapa, y no queriendo aceptar su destino, enmudece el poeta para no dar ni un ruido, pues hidalgo acostumbrado a pregonar, valora como nadie el silencio de Granada. Desde la Puerta de Elvira, a La Cruz de La Rauda, desde La Puerta del Sol, a la del Pescado, desde la de La Justicia, a la de Las Granadas, cantó con originalidad y buen tino, el paisaje empapado por La Alhambra, convirtiéndose en esclavo de ésta ciudad, para cantar su belleza y ensalzar sus alabanzas, con orgullo de ser de aquí, sin complejos, ni alharacas, con pluma de tinta indeleble desde La Silla del Moro a la Vega de Granada, toda la ciudad fue presa de su poesía y narrativa acertada, nacida del corazón, apasionada, cantada en folios de oro, y a veces cincelada, en piedra de Sierra Elvira, para que su recuerdo perdure en Garnata, que un hombre nunca se va, cuando su obra viaja, por los aires de su tierra, y su tierra fue Granada, la de aquella plaza noble donde el tranvía girara, y que él bautizó para siempre, como... Plaza de Las Tres Campanas.

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