jueves, 17 de marzo de 2011

FLORA

FLORA

Tito Ortiz.-

Mis ojos de niño, recuerdan aquella vieja televisión Vanguard, con estabilizador en la pequeña repisa baja, que tardaba una eternidad en encenderse, pero que cada tarde, disciplinadamente a la misma hora, me obligaba con el pan y el chocolate en la mano, a sentarme en el suelo para dejar el sofá a los mayores y verla a ella. No sé por qué, aquella mujer de curvas pronunciadas y arrebatadoramente femeninas, con voz personalísima, ojos enormes y simpatía a raudales, me había ganado para siempre, y como imantado, no me perdía ni un solo instante de la famosa “ Casa de Los Martínez”. Faltaba un año para que Massiel ganara Eurovisión con el La la lá del Dúo Dinámico, cuando aquella criada metida en la piel de Florinda Chico, hacía pareja de chachas con Rafaela Aparicio. Ahí comencé a interesarme por su carrera, indagué en su recorrido artístico, y así, hasta hace poco, que ha hecho mutis por el foro.

En la distancia, me enteré de que en los años cuarenta, había hecho las mejores revistas en Madrid, junto a mis ídolos, Zorí, Santos y Codeso, y en la Compañía de Celia Gámez, pero lejos de encasillarse, Flora, como gustaba que la llamáramos en la intimidad, abarcaba todos los registros de la escena. En los cincuenta, María Fernanda Ladrón de Guevara, se fija en ella, y la sumerge en los secretos del drama teatral, cosechando éxitos clamorosos escritos por Gala, Arniches o el mismísimo Valle-Inclán. Cría Cuervos, de Saura, o La Casa de Bernarda Alba, de Mario Camus, son sólo dos obras maestras de su interpretación legada en el celuloide, para quién quiera aprender, como sus grabaciones radiofónicas, formando parte del cuadro de actores de Radio Madrid. En definitiva, un animal de la interpretación, que dominaba todos los registros y todas las técnicas, que arrancaba del público lo mismo una carcajada que un llanto. Flora era de esa hornada irrepetible, nacida en la Extremadura de los tiempos del charlestón, y que desde su Don Benito natal, conquistó como tantos ilustres de sus paisanos, la tierra por donde pasó.

Quizás pocos sepan, que el modisto de Flora está en Granada. Miguel, del Hit Parade, en la calle de Las Moras, la vistió durante decenas de años, y de ahí su amistad franca con ella y su inseparable Santos Pumar. Un día me llamó Miguel y me dijo, Tito quiero que me presentes un desfile de modelos en Los Jardines Neptuno. Yo le dije que sí y a continuación me comunicó quién iba a ser mi partenaire: Nada menos que la sin par, Florinda Chico. No recuerdo haber disfrutado más que en aquellos días. Antes del desfile, con los preparativos y los ensayos. Durante el pase de los modelos, yo hubiera pagado por estar allí junto a Flora, impregnándome de su saber, de su arte, de su simpatía, de su perfume, y de su saber estar, que me encandiló para siempre y me rindió a sus pies. No se puede ser más mujer, mas artista, y más compañera cómplice en un escenario. Jamás podré olvidarlo, como la cena que siguió al evento, en la que todos distendidos y celebrando el éxito de la colección de Miguel, brindamos por el regreso rápido de Flora a Granada. Pasaron los años y yo seguía el rastro de sus éxitos, hasta que un Lunes Santo, acompañando a Paco Carrasco, al frente de los costaleros nazarenos bajo la Virgen de La Amargura, al pasar por la puerta forjada de la Calle Oficios, me deslumbraron dos ojos como dos soles en la noche. Allí, entre la gente oculta para no ser reconocida, acompañada por Miguel y santos junto a otros amigos, estaba Florinda Chico. Le dije a carrasco que para el paso que iban a hacer una llamada muy especial. Paco echó el trono a tierra. La cogí de la mano y comenzó a llorar como una niña, mientras la acercaba al frontal del paso. Carrasco dio la llamada de rigor, y cuando mi mano puso la suya sobre el llamador de plata de la Virgen de Las Comendadoras, me aparté para que suyo fuera el momento. El golpe seco se escuchó en toda la Gran Vía, y al unísono, casi cuarenta costaleros levantaron al cielo el paso, abriéndose más todavía los ojos de Florinda Chico, que pronto volvieron a inundarse de lágrimas. Cuando me acerqué a darle un clavel blanco de una de las jarras del costero, me apretó la mano con tanta fuerza, que era imposible soltarme, su mirada me taladró hasta el tuétano, y comenzó de nuevo a llorar. Le besé la mano, me soltó, y hasta hoy, que ya está cada vez más cerca la nueva salida de La Amargura a la calle, no me he atrevido a contar la historia. Si estuviera viva, seguramente no lo hubiera revelado jamás, pero ya que no me la puedo encontrar por cualquier esquina este Lunes santo, quiero dejar constancia, de que aquel gran corazón extremeño que dominó la escena, sentía un fervor encomiable por la granadina virgen de La Amargura, que al igual que Morente, jamás hizo bandera al viento de tan íntimo sentimiento. Cuando éste nace del corazón, jamás se hace acompañar de altavoces y alharacas.

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