martes, 2 de noviembre de 2010

CARGADORES

CARGADORES

Tito Ortiz.-

La tecnología nos ha facilitado mucho la vida, pero a la vez, nos la ha complicado sin justificación alguna. Seguramente, muchos de nosotros no concebimos ya el mundo sin un teléfono móvil, algo relativamente moderno, pero que se ha incrustado tanto en nuestras vidas, que parece que nació con el hombre de Cromañón. Tampoco nos imaginamos la vida sin ordenador, y no hace tanto que dependíamos de una máquina de escribir para comunicarnos por correo, y no por Email. Abundando en esto, recuerdo como las multinacionales, se encargaron de esquilmar nuestros bolsillos con la aparición del vídeo doméstico. Primero fue el Betacam, después el 2000, después su prima la pelos, y hasta que unificaron al VHS, hubo casas en las que se almacenaban los reproductores, con soportes incompatibles entre si, con la facilidad con la que un esnof cambia de cocktail. Con la televisión en color ya nos hicieron algo parecido, que si sistema PAL, que si sistema SECAM, que si su primo el berzas, total, que aquí estamos los consumidores para aguantar el chaparron y gastarnos los cuartos, mientras ellos se ponen de acuerdo en unificar el mercado con un solo sistema para todos. Algo que va de “Bar en peor”, como diría el compañero Paco Espínola.

Sin prisa, pero sin pausa, existe un pequeño artilugio, que ha ido conquistando sitio en nuestras casas, incluso en nuestros coches. Se trata del cargador del móvil. Sí, ese imprescindible electrodoméstico, con apenas un metro y pico de cable y dos patillas metálicas, que debemos meter en el enchufe periódicamente, si queremos estar en el mundo y en contacto con los mundanos. En familia de cuatro elementos como la mía –al perro se lo echaremos para los reyes – de momento sólo tenemos cuatro teléfonos móviles, que por deferencia del fabricante, ninguno comparte cargador, con lo cual, poseemos cuatro cargadores distintos, necesarios e imprescindibles, a los que se unen otros cuatro compatibles con el encendedor del coche, así que sólo de móviles ya tenemos ocho cargadores. A estos hay que sumarles otros tres de los ordenadores portátiles, que curiosamente – válgame dios – tampoco son compatibles entre si, así que van once cargadores, más uno del cepillo de los dientes, una docena. Más otro de la maquinilla de afeitar, por cada varón de la familia, (3) hacen un total de quince cargadores distintos e imprescindibles. Le sumamos el del teléfono sin cable de sobremesa (16), más cinco del ordenador fijo (21), y uno del televisor enano de la cocina, veintidós. Y otro de la máquina de fotos, hacen veintitrés, más la de vídeo, (24). A éstas alturas, creo sinceramente que mi casa ha sido tomada al asalto, por la barbarie multinacional, que caprichosa y vengativa, se resiste a unificar modelos de cargadores, de tal modo, que tuviéramos uno compatible con todo, y ganáramos espacio en nuestras casas, porque hay quién como yo, ya tiene dos cajones de la cómoda, repletos de cargadores necesarios para seguir viviendo, pues gracias a los fabricantes, ya no puedo seguir viviendo sin ellos, algo que nunca sospeché que me ocurriría, a no ser que alguien entrara a mi cuarto y se llevara mí póster de Ann Margret, conocedor de que con ésta sencilla acción, estaría poniendo en juego su vida y la de su consola, Playstation, que por cierto también tenemos en casa y por eso ya van, (25) cargadores de nada.

Que clase de enemigo del hombre, es capaz de convertir el hogar familiar en un almacén de cargadores distintos, y lo que es peor, quién confunde nuestras mentes, para olvidar que artefacto corresponde a su artilugio, de tal guisa, que cuando vas al cajón y comienzas a buscar el que necesitas, siempre está el último. Es como abrir una caja de medicinas, siempre lo hacemos por donde está el prospecto. Y ese enredo de cables entrelazados, como si un fantasma se dedicara por la noche a enredarlos entre si, de tal forma, que cuando tiras de un cargador, haces más fuerte el nudo, y... hala, a desenmarañar el embrollo con paciencia mientras juras en arameo. Digo y mantengo, ante dios y ante los hombres, que esto de los cargadores individuales y distintos, para cada aparato que convive actualmente con nosotros, es un invento del maligno, para hacer aumentar las subidas de tensión, infartos, arrebatos de violencia y suicidios en general, de forma que vayamos quedando menos, pues con esto de la crisis permanente, no hay gobierno que resista, ni primarias que no disgreguen a los que hasta entonces, creíamos que eran nuestros compañeros. Es aquí y ahora donde toma cuerpo más que nunca, la frase lapidaria de Luís Cerón... “Compadre, yo ya no sé si soy uno de los nuestros”... ¡ Dios mío, no encuentro el cargador de mi marcapasos!.

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