domingo, 20 de octubre de 2013

ASÍ ES MÍ GRANADA

ASÍ ES MÍ GRANADA Tito Ortiz.- Al pie de Sierra Nevada, al pie del viejo Albayzín, se halla sentada Granada la de belleza sin fin. La que todavía conserva la costumbre de ir al campo a coger collejas, para hacer una de las tortillas más exquisitas de la gastronomía mundial, y más desconocida, saliendo de nuestras provincianas fronteras. La tortilla de collejas granaina, digna de la carta más exigente, como la de “elBulli”, es sólo un plato al alcance de paladares finos, que a su exigencia culinaria, añaden, una sabiduría del campo y nuestro entorno, digna de la mejor enciclopedia antropológica. Es ésta una comida de mentes, que en teoría podrían estar abiertas a todo tipo de dioses, pero que para mayor contradicción, se aferran religiosamente al monoteísmo, pese a no comprender, por qué dios es uno y trino. O a compatibilizar sin sobresalto, que en considerándose cristianos, la devoción por la virgen patrona de la ciudad, traspasa cualquier intento de ateísmo, pues bien es sabido, que mi compadre, no quiere saber nada de dios, pero se confiesa un fervoroso admirador de la virgen de las Angustias, la que habita en La Carrera, aquella que se abarrotó mientras se casaba Gelu, la que consuela a los granadinos aliviándoles las penas. Esas que en mi niñez se expresaban con un brazalete negro en la manga, cuando un familiar querido había muerto, o más modernamente, con un botón forrado en negro, sujeto al ojal de la solapa, mientras las mujeres vestidas de catafalco y azabache, prohibían en casa la audición de la radio, o la visión del televisor, al que se le colocaba la funda gris de franela, durante un año o dos, según la pena acordada por los dolientes. Granada, Granada mía, la de hermosura repleta, luna y sol de Andalucía. Granada, Granada mía, al llegar el mes de abril, flores hay en tus vergeles, olorosos los claveles de la vega del Motril. Como aquellos que arrojaban las muchachas desde las carrozas, que componían la batalla de flores que ésta ciudad perdió como anuncio de la primavera, como dejó perder los versos al aire de sus poetas, que anunciaban con amor en los juegos florales, la inminente irrupción de la primavera, en ésta ciudad alhambreña que olía a, azucarillo en la placeta de los Aljibes, a barquillos de canela en el Zacatín, o a barretas en Bibrrambla. Galán de noche sobre las tapias blancas, en Cármenes de verde agua y el Sacromonte cañí, con sus cantares y zambras, son la ilusión y el vivir, ante un brasero de cisco y picón, en el que envueltos en papel de estraza, se están asando los boniatos a fuego lento, mientras la abuela en la cocina, prepara un dulce de calabaza, con la que ha sobrado de echarle a las lentejas. La calabaza, esas cucurbitáceas que ya se cultivaban en la Sudamérica prehispánica, y que ahora han desaparecido de la cocina, donde incluso se ha olvidado aquella receta de calabaza con ajos y pimentón, plato sólo al alcance de sibaritas y similares sin graduación. Ahora las calabazas, solo aparecen en los medios cuando un agricultor vocacional, la deja crecer en su huerto, hasta que alcanza dimensiones y peso de récord guinness. En mis tiempos, como ocurría con el perejil, ninguna ama de casa salía del mercado, sin llevar en su cesto de esparto, una buena tajada de calabaza. Yo desde aquí, reivindico los alimentos humildes de mi infancia, que tanto bien nos harían en ésta época de crisis y peones subsidiados. Las meriendas de pan y chocolate, los postres de carne de membrillo, las cenas de pan con aceite o azúcar, o las comidas invernales con perdices, esas perdices que nada tienen que ver con un pájaro que vuela. Me refiero a esas perdices que la señora de gran volumen y mandilón gris a rayas, pregonaba sin descanso en los Almireceros, en un triángulo “bermudo” que formaban las Bodegas Castañeda, La Alegría y Espadafor de la placeta de la Sillería. Unas enormes patatas asadas, que al abrirlas dejaban exhalar un vaho, que recibía de inmediato una fina lluvia de sal y pimienta, bocado extraordinario en día de fiesta, como aquel famoso requeté del “Cisco y Tierra”, a la otra esquina de la Casa de Socorro. Bocadillos del Aliatar, Espumosos de La Carrera, ensaladilla rusa del Jandilla, junto al Corral del Carbón, sopa sevillana de Juan Luís Álvarez, Gazpacho del Mesón en la placeta de Gamboa, y yo, con las katiuskas pisando charcos, a la espera del coscorrón de mi madre. Ay mi Granada, Granada mora y sultana, la que admira el mundo entero, ¡Ay, mi granada gitana, eres tú lo que más quiero!. Te quiero más que un abrigo Duralan comprado en Moisés, más que una chaqueta en Lirola, que unos zapatos en Segarra, que un traje de comunión en Almacenes Los Muñecos, que una camisa en El Sol, que un traje en Castilla, que unos calcetines en El Aguila, o unos botones en La Chilena. Que un libro en Almendros o, un bolígrafo en Costales. Te quiero más que un Kelvinator en Molinero Radio, o una Isocarro en Baquero Motor, más que la Velosolex de mi padre, o los pantalones de La Santa Cruz, más que la Hoja del Lunes, que las almencinas y las majoletas con canuto de caña, para castigar nucas despejadas. Te quiero más... que al cartucho dominguero de almendras garrapiñadas. He dicho.

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