jueves, 19 de septiembre de 2013

CALLES CON OFICIO

CALLES CON OFICIO Tito Ortiz.- Allá donde se asentaron los menesterosos operarios, coincidieron en vivir y laborar. Y a ser posible, todos juntos. Por eso, calles, cuestas, callejones, plazas, placetas, barrios, arrabales, quintas, huertas y cercados, llevaron desde hace siglos, el nombre de quienes moraban y laboraban en cada lugar. Las calles, como las hermandades, siempre tuvieron el nombre de los gremios que las vieron nacer a lo largo de los siglos. La cuesta de Gomérez, fue durante más de una centuria, el lugar de los maestros constructores de guitarras, bandurrias y castañuelas. En Granada existió una hermandad de penitencia y sangre en el siglo dieciséis, llamada de los sombrereros, porque ese gremio del noble oficio de tapar cabezas, costeó siempre los entierros y misas de ánimas de sus compañeros fallecidos. Preparar tocados para las testas, no sólo dio también el nombre a la calle donde se asentaban los talleres, como por ejemplo, Sombrerería, sino, incluso a barrios, como el llamado de Los Alfareros, por los talleres que se dedicaban a realizar los útiles de barro para el hogar y la labranza. La calle Monterería, es donde se fabricaban las monteras, que tiempos después quedaron reducidas a la vestimenta taurina. Lo mismo que la Calderería, tanto La Vieja como La Nueva que dan acceso al Albayzín, fueron las dos arterias donde se asentaron, los caldereros, insignes artesanos del cobre y el latón, especializados como su propio nombre indica, en la realización de todo tipo de calderos y calderas, incluidas – según algunos – las del mismísimo Pedro Gotero. En pleno barrio árabe de la Alcaicería granadina, aún se conserva la Placeta de las Sedas, lugar donde hace ya muchos siglos, no sólo se tejía la seda procedente de la crisálida, sino que además, se procedía a su tinte, en la cercana calle del mismo nombre. No lejos encontramos la Placeta de Los Alpargateros, lugar donde se concentraban los artesanos que realizaban el calzado del pueblo llano, que no hay que confundir con la de Zapateros, que como su propio nombre indica, trabajaban la piel y revestían los pies de las clases más acomodadas. La calle y placeta de la Pescadería, albergaba a las gentes que subiendo el pescado de la costa, subastaban las especies y vendían al detall en las cercanas atarazanas, junto a los cordeleros y toneleros. La calle de La Sillería, estaba repleta de establecimientos donde se fabricaban eso precisamente, sillas de todas clases. Sillas vulgares, plebeyas, o nobles y señoriales, dependiendo de su madera y revestimiento en la calle de los tapiceros. La calle de Cerrajeros, contaba entre sus vecinos, los talleres de aquellos que más sabían de llaves y candados. Y la de Tundidores, para igualar y rasar dejando las superficies planas y a nivel. Al igual que el callejón de los Yeseros y su cercana cuesta, responden al lugar donde se extraía de los muros el preciado material y a pie de calle se vendía al peso y en sacos. La del Zenete, junto a la muralla del Albayzín, recibe su nombre de los aguerridos zenetes, que vinieron de África, y se especializaron en la defensa de la ciudad, viviendo en el mismo lugar donde guerreaban. La Ronda de los Panaderos, es la calle que une la capital con la carretera de Alfacar, el pueblo de los panaderos por excelencia. El callejón de Las Monjas, recibió su nombre a base de verlas pasar camino del convento. Cementerio de Santa Escolástica, daba acceso a eso precisamente, al cementerio de la parroquia realejeña. La Plaza de Las Flores, hoy de Las Pasiegas, recibía su nombre porque allí se vendían las flores que años más tarde pasaron a la de Bibrrambla. El callejón del Hospicio, no hay que decir donde desembocaba, ¿No?. Y lo que se fabricaba en la Casa de La Lona, tampoco... ¿no?. Al final todo es más sencillo de lo que parece, porque ponerle en la Alhambra a una placeta: de Los Aljibes, no fue otra cosa que reconocer lo que se ocultaba bajo los pies. El habitáculo hídrico más grande del recinto amurallado, en la Colina Roja, que por cierto fue bautizada así por el color de su tierra. Una obviedad como la copa de un pino. Noble oficio de llanto es el de un triste, y si son varios, mejor, y si plañen juntos, tras un féretro, el súmmum. ¿Dónde estamos? Pues en el Paseo de Los Tristes, Carrera del Darro arriba, a los pies de la Alhambra, camino de La Cuesta de Los Chinos, único acceso entonces al Cementerio de la ciudad, y lugar por tanto de peregrinaciones lamentosas, junto a los finados encaminados a la última morada. Sabido es que a San Jerónimo, se le representa siempre junto a una calavera y algunos huesos, tal vez por eso, la calle donde siempre se ubicaron las funerarias granadinas es precisamente la que lleva el nombre de éste venerable santo. Y los marmolistas especializados en lápidas, en los aledaños del campo santo, para no tener que transportar tan pesado material en largas caminatas. Derribada la mezquita capitalina para construir la Catedral, y la Capilla Real, pronto surgió un zoco al paso de los peregrinos, de ahí que la propia entrada a los sepulcros se haga por la antigua Lonja granatensis y, dada la gran oferta de artículos al paso de los fieles, la calle quedó inmortalizada como la de los Oficios. Tantos, que incluso albergó durante decenios, una escuela de periodistas llamada, Patria.

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