jueves, 6 de septiembre de 2012

CHIQUITO DE AMOREBIETA

CHIQUITO DE AMOREBIETA Tito Ortiz.- Casi un millar de muertos se remueven en sus tumbas, al comprobar la extrema sensibilidad de la que hacen gala, la gentuza de Bildu, al proclamar el cese de las corridas de toros en el país vasco, para evitar el sufrimiento animal de un ser vivo, que por otra parte, nace ex profeso para ese ritual. Es una pena que quienes los dirigen ideológicamente, desde el otro lado de los Pirinéos, y quienes con sus votos los han colocado en las instituciones, para vergüenza y destrucción del sistema democrático, hayan perdido “la afición”. Atrás han quedado los tiempos en que auténticos abertzales, gudaris del pueblo, defensores del tiro en la nuca, la extorsión y el secuestro, como el desaparecido, Jon Idígoras, o mejor dicho, Juan Cruz Idígoras Guerrikabeitia, era conocido por sus nombres artísticos, con los que apareció en no pocos carteles taurinos: “Chiquito de Amorebieta”, de “Éibar”, o “Morenito El Alto”. Dando muestras así, que se puede ser partidario de la independencia del pueblo vasco, estar conforme con los asesinatos, y a la vez, no sólo permitir los toros, sino, practicarlos desde la profesionalidad y el sentimiento, a lo “Cocherito de Bilbao”, “Zacarías Lecumberri”, “Fortuna” o “Torquito”. La historia está plagada de toreros vascos, que lograron el éxito más rotundo en plazas de España, América y Francia. Pretender por coj..., y no por razones, acabar con los toros en el país vasco, al igual que se ha hecho en Cataluña, es obligar al pueblo a enfrentarse entre hermanos, repitiendo la historia una vez más de ésta piel de toro, que se mata por idioteces, y deja sin resolver los auténticos problemas que la acucian, impidiendo su desarrollo laboral y económico. Que las comunidades históricas no dejen morir los toros por falta de público en las plazas que es su proceso natural, deja ver a las claras, la torpeza de unos políticos extremistas, hijos de la incultura y la ignorancia, que ven mal estoquear a un toro, pero muy bien, colgarse del cuello de un ganso atado a un cable, mientras unos menesterosos de chapela, te suben y bajan del agua, hasta que te quedas con el cuello del ave en las manos. Eso si que es cultura asesina, y no la del arte de torear, señores abertzales. Y esto sucede en Lekeitio, cuna del nacionalismo vasco, pero claro, a arrancarle el cuello a un ganso, no se le llama “Fiesta Nacional “, por lo tanto, los del nueve parabellum, no se sienten ofendidos por muchos gansos que mueran. Mi padre me enseñaba orgulloso, aquella foto en blanco y negro, en la que el maestro, Matías Prats, entrevistaba días antes de su muerte, al genial “Manolete” en la antigua plaza de toros del Chofre, en San Sebastián, aquella que había simultaneado vida con la más veterana donostierra, llamada de “Atocha”, llegándose a dar toros en las dos a la vez, en los primeros años del siglo veinte y finales del XIX. Tuve el honor de estrenar los refinados tendidos, en la semana Grande de San Sebastián de 1998, de la nueva plaza de toros donostierra, llamada de Illumbe, y compartí risas e ilusión con Chopera, que debe estar retorciéndose en su sepultura, si éste moderno coso, va a quedar sólo para que partan troncos de madera, los agerridos, aizkolaris, en esa proverbial demostración de inteligencia inherente a todos los deportes vascos como el, levantamiento de piedras, manotazos al frontón, y otras lindezas, subvencionadas por los nacionalistas. Para eso ya está la de Tolosa. He disfrutado como no me podía imaginar, ver esa plaza de “Vista Alegre” en Bilbao, preservar la pureza y entereza del toro bravo, en su anual, Aste Nagusia. Ponerse en pie gritando el nombre de “El Formidable”, genial banderillero de la cuadrilla de, Ruiz Miguel, y posar ceremonioso el pañuelo sobre el balconcillo, el señor presidente, para autorizar a la banda que arranque el pasodoble, único lugar donde esto sucede. Y yo que soy del Albayzín, me he rendido a su afición, y verdad de la fiesta, en una entrega de premios taurinos en el imprescindible hotel, Ercilla. Sé que es un tópico, pero lo sospechaba y lo averigüé. Hay más de uno y de una, de los que bocean a las puertas de los cosos contra la fiesta, y de los que se tiran al suelo embadurnados en tinte rojo, que son ingleses. Cuando les pregunté porque no se manifestaban en su país contra la caza del zorro, una no supo que decirme, y el otro, más bravucón que encastado, me miró de arriba abajo, y me dijo en un español deplorable, que me contestaría cuando estuviera en su país, que eso no tocaba ese día. Eché de menos en la manifa, a José Luís, ya saben, a Carol-Rovira, hijo de un Guardia Civil mañico, esa es toda su trayectoria barretina, aunque su madre si asciende algo más en la genealogía catalana, y por lo tanto, él se ha creído siempre, heredero universal de la pureza de raza, desde el estanco familiar, donde se vendía el caldo de gallina, las pólizas y el papel del estado, el español, claro. Éste personaje de guiñol, lleva en su cartera “La Estelada”, cuando lo suyo sería “La Senyera”, y si me apuran, ninguna, porque sólo en una cabeza perturbada, cabe hacer cuestión de vida o muerte, tu idea de patria, de la que tan sólo es tuya al cincuenta por ciento. Se necesita ser memo, o no saber la historia familiar de Juan Carlos Izaguirre. Otro que tal baila. Lo decía mi abuela que era republicana y sabia: Hijo mío, debes saber que en éste país, siempre habla el que más tiene que callar. Somos así de imbéciles.

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