domingo, 12 de agosto de 2012

UNA BARCA CON VISERA

LA BARCA CON VISERA Tito Ortiz.- La barca que lleva el pescador, se llama como tú... Dolores. Así lo cantaba hace ya más años de los que me gustaría recordar, Pedrito Rico. Un levantino, actor y cantante, que llegó a ser una gran estrella, aquí y en Hispanoamérica. Lo del manejo de la barca, de infausto recuerdo eurovisivo, al igual que la mancha de una mora, con otra verde se quita. Por eso nadie chalaneó mejor con una barca, que mi vecino del Albayzín, Manolo Benítez, aquel de... dos acacias y mi madre en el balcón. Llegado el momento, Manolo decía: La barca, con sólo decir la barca, huele a marisma la boca y sabe a sal la palabra. La barca te permite adentrarte en la mar océana, pero además, aún en soledad, ir acompañado de la persona a quien más amas. La barca lleva en un costado a proa, el nombre de tus sueños, o sea; “Carmen, te quiero”. “Mis niños”. “Estrella del Horizonte”. “Josefina”. “Mari Luz”. Ver las barcas varadas en la arena, y leer sus matrículas de amor, es un bálsamo para el alma, un retornar a la fe en el ser humano. Los pescadores ponen a sus barcas, el nombre de sus amores, el de sus hijos, el de la madre que ya no está, es como si en la soledad de la faena, o en el peligro de la tormenta, el pescador necesitara de la compañía de aquel ser al que adora, y en no teniéndolo a su lado, se conformara con asomarse por la borda, y leer su nombre pintado, con amor al fuego. “Mi Encarni y Luisito”, reza una barca en Garrucha. “Virgen de La Victoria”, en la Malagueta. “Mi Juani y yo”, otra en las tres erres de Motril, y así por todo el litoral, los pescadores confiesan en el costado de sus barcas, esos suspiros de amor que se lanzan durante noches de mar bravía, cuando el recuerdo de los tuyos te atenaza la garganta, y apenas te queda aliento para tirar de la red y echarte un cante por jaberas, que desde el ombligo de la mar, vuele hasta el dormitorio de quién te espera en tierra. Los pescadores andaluces, aún haciéndose a la mar en solitario, siempre van acompañados de los suyos, pintados en el costado del barco. La frase será más poética, cuanto más se esfuerce el marengo. A veces un lacónico, “Te Quiero”, con titanlux en la madera erosionada por la sal, rasga el oleaje en la tormenta, brillando a intervalos periódicos que marcan los rayos y relámpagos. A quién quiera el pescador... eso ya es asunto suyo. Lo importante es que su soledad no es absoluta, sino que está acompañada por el nombre de su estrella polar, de su norte y de su guía, en el costillar de su nave. Los marineros entablan a lo largo de su vida, una relación estrecha e inmaterial con su barca, por eso le tatúan para siempre, el nombre de quién falta. En ese instante supremo en el que la faena, sumida en la soledad del alba, te atiborra la mente de recuerdos de las personas que significan algo en tu alma. Marineros y pescadores tienen mucho en común con los camioneros. Unos en la mar y otros en la tierra, identifican sus naves, flotantes o sobre ruedas de la misma manera. La visera de los camiones, es un ejemplo claro de que pescadores y camioneros hablan el mismo idioma y sienten lo mismo. No hay más que pararse en una curva y verlos venir. “Mi Manoli y yo”. Mís niños”. “Mi Joaquín y mi Yurena”. “La Yoli es mía”, “Pepe, Pepita y Pepín”. Los camioneros, ponen con letras de molde en el cristal de sus parabrisas, los nombres de las personas queridas, de tal guisa, que los preceden en ruta, como mascarón de proa en el viaje terrestre. Un camionero que en su cabina no lleve un almanaque con una señora desnuda, la radio en emisora de palabra, la cassette del Fary, y el nombre de su mujer o sus hijos en la visera, no es un camionero. Podrá ir conduciendo un camión, yo no lo niego, pero no es un camionero. Que sería de las emisoras sin los discos dedicados a los camioneros o sus familias, con sus mensajes telegráficos: Para Jacinta en el día de su onomástica, de su Paco, que tanto la quiere, y que siente estar en ruta por Francia. Pues el Paco lleva en la visera, a su Jacinta para no olvidarla. “Mí Jacin y mis churumbeles”, reza el frontal del camión, como una tarjeta de quién anuncia su visita, rompiendo el viento con sus letras. Es como la antesala de la flecha enamorada, que se clava en el tronco, justo en el sitio donde dos corazones, en la corteza se taladran. Ya sean kilómetros de asfalto o infinitas marejadas, manejadas por la Luna también enamorada, pescadores y camioneros, llevan desde Juan de Guntenberg, a sus seres queridos, como bandera o matrícula de su alma. Un atunero, o un palangranero, da lo mismo, trasmallo, marisqueo, con nasa de nécora o de camarón, lo importante es su advocación: “Mi vida por mi Carmela”, “Mi Isidro y Mi perro”, “Que dios te bendiga”. Esto es lo importante, lo pintado a mano en la madera, o lo pegado a fuego en la visera. “Virgen del Mar”, suena a sanatorio. PGC, a suelta el alijo que te endiño. Da lo mismo que sea un viejo Pegaso, que un catorce ejes articulado, lo que de verdad importa es lo que se lea sobre el frontal del parabrisas a modo de visera. “Mamá, no tardo”, dice el que conduce un camión frigorífico que lleva atunes a Japón, y el acongojado que pintó en el cristal...¡Dios siempre conmigo!... y San Cristóbal, también. Por si acaso.

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