miércoles, 16 de mayo de 2012

LEONES EN BLANCO Y NEGRO

LEONES EN BLANCO Y NEGRO Tito Ortiz.- Guarda mi madre como oro en paño, sus fotos más preciadas, en un estuche decorado a mano, con el interior forrado de seda, ya de color sepia, y con un espejo bajo la tapa, que al abrirla, té refleja en primera persona. Uno que ya está más cerca de los sesenta que de los cincuenta, el otro día indagó en su interior, y con regocijo sin límite, me reconocí en un par de fotos. En una, con apenas un año y medio, estoy sobre el caballo de cartón que había en la Plaza de Bibarrambla, con aquel fotógrafo de bata gris y cámara en trípode de madera, con tapón y cadenilla en el objetivo. En la otra, en brazos de mi padre y agarrado a su corbata, estoy viendo pasar la cabalgata de reyes magos, desde la puerta de Correos, en la Gran Vía. Los jóvenes ignoran, que el edificio de correos en los años cincuenta, ocupaba justo la manzana que hoy conocemos como Plaza de Isabel La Católica. Aquel año en que Fidel, había entrado en La Habana, al ritmo que le marcaban, Carlos Puebla y Los Tradicionales, mi padre me había colocado estratégicamente en el frontal de La Gran Vía, para que en lugar de privilegio, viera venir a los reyes magos, justos de luz y caramelos, a lomos de sencillos caballos, con la esquina de Almacenes “La Paz” a un lado, con aquel inolvidable autómata que subía y bajaba las cejas, mientras sacaba de un cubo el letrero de los créditos y, el Banco Central, al otro, con su hermoso patio de operaciones y su “sissiliana” escalinata palaciega a la primera planta. Pero yo me volvía una y otra vez, hacia el edificio de correos, sin que mi padre encontrara explicación, hasta que por fin, sus ojos también los vieron. Desde que nací, sentí una fascinación especial, por los buzones de correos, pero no por unos buzones cualquiera. Los del edificio central de Correos en Granada, estaban formados por la cabeza y fauces de unos hermosos leones de bronce, por cuya boca había que meter las cartas, y eso era lo que a mí me gustaba. Mi abuela me había enseñado a perderle el miedo a aquellos temibles animales, porque cada vez que había que escribirle a alguien de la familia, mi abuela Juana, me llevaba en brazos con la carta en la mano, y yo era el encargado de meter el brazo en la tremenda boca del león, que unas veces brillaba más que otras, dependiendo del tiempo que hiciera que mi abuela, los había limpiado con Netol, ya que ella era la encargada de hacerlo, como limpiadora en plantilla, de Correos en Granada. Cuando el edificio fue derruido para hacer la plaza, y Correos pasó a donde está ahora, en Puerta Real con Ganivet, las caras de los leones desaparecieron para dar paso a unos modernos rectángulos con trampilla a modo de estilístico buzón, que ya perdieron todo el encanto de los leones de mi infancia. Leones de ese estilo también hubo en su momento, en la estafeta de Correos que había en la Plaza del Padre Suárez, junto a la entrada en retaguardia, de Capitanía General de la IX Región Militar, frente a la Casa de Los Tiros, en el edificio del mítico restaurante de Juan Conde y Padial, “Alacena de Las Monjas”, mirando al monumento del actor cartagenero, Isidoro Máiquez. Con el pasar de los años, me gustó mucho recuperar los buzones de los leones, en la esquina del edificio de la Calle Real de La Alhambra, antes de llegar a la taberna de “El Polinario”. Parece que Gallego Morell, a su paso por el patronato Alhambreño en los sesenta, tuvo mucho que ver con el traslado de éstos mascarones a la Alhambra, con el fin de que los turistas que visitaban el monumento, tuvieran a mano una estafeta de Correos, donde franquear a sus casas, postales y giros telegráficos, sin necesidad de bajar a la ciudad. Un servicio que desgraciadamente, hoy ha desaparecido, siendo la Alhambra el monumento más visitado de España, o sea, en pocos sitios de éste país, se haría más necesaria la instalación de una oficina de Correos, que diera servicio a miles de usuarios, y que ya existió en su momento, pero claro, desde que el organismo público, dejó en manos privadas compartidas el servicio postal, para enajenar tal vez y junto a ello, la mente de su director general, el asunto no lo ven claro sus responsables, que sólo saben dar permiso para que en el centro oficial de Madrid, se proyecten espectáculos de multimedia con fuegos artificiales. Ese si parece que es el futuro de Correos, el de recibir a los reyes magos madrileños a sus puertas, pero lo de dar un servicio digno a los usuarios, eso es sólo una quimera. Es vergonzoso que la campaña de Navidad se haya destripado, con el cambio en el coste del franqueo, y a parte el desabastecimiento de sellos en los estancos, - que ha sido un clamor vergonzoso, - se haya resuelto tarde y mal, adjuntando un sello de un céntimo, de los antiguos de pegar con saliva, para poder mandar un crhistma. Vale más hacer un sello de éste importe, que el céntimo, pero haber quién se lo explica a éstos tuercebotas, funcionarios de matasellos manuales y sacas grises con la bandera española. Desde que Correos cayó en manos del correcaminos, el cartero de “Crónicas de un Pueblo” se ha suicidado contra reembolso. La de guiris que tuve que apartar la otra tarde a las cuatro, hasta llegar a la ventanilla de Atención al Cliente en Puerta Real, para comprar un sello, y poder mandarle una postal a Madrid, a mi admirado Juan de Loxa. Si hubiera una oficina de Correos en la Alhambra, eso no ocurriría, pero para eso hay que pensar, y en el ministerio ya no están para eso. Menos mal que al salir, pude recordar mi infancia, echando las cartas para Juan, en el buzón con cara de león que hay a la entrada. En ese momento me acordé, y volví a cogerme de la corbata de mi padre, aunque ya no estábamos en la Gran Vía, y él, hace dieciséis años que la tiene dentro del nicho. La corbata... digo. Un beso papá. Espérame todo lo que puedas.

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