martes, 13 de septiembre de 2011

Ni lindo ni querido

NI LINDO, NI QUERIDO

Tito Ortiz.-

Soy un niño de la tardía posguerra, que aprendió a querer a México, por la radio y por mi abuela. La primera, porque a base de Jorge Negrete, y Miguel Aceves Mejía, a través de la rejilla dorada de aquella vieja Marconi, con el poder de las rancheras, nos cautivó a todos. La abuela comentaba entre risotadas enormes, como Negrete, al llegar en avión a España, para promocionar una de sus películas, y verse acorralado y manoseado por decenas de mujeres al bajar la escalerilla, hizo un comentario que no gustó para nada a los hispanos. Dijo aquello famoso de: ¡Pero es que en España!, ¿no hay machos?. Y desde ese momento los machotes españoles, le juraron venganza cierta, ¿cómo?, pués muy sencillo: No llevando a las mujeres al cine, para que vieran las películas del guapo charro. Luego cuando ya fui creciendo, quedé absorto ante las películas de Mario Moreno Cantinflas, y por los boleros de Pedro Vargas, aquel orondo y magistral cantante, que como hiciera Olga Gillot, sentara cátedra bolerista, por los siglos de los siglos, a la mismísima altura de Lucho Gatica, o el incombustible y renovable, Trío Los Panchos, cuyo enésimo cantante acaba de fallecer hace poco. Por eso, sin saber localizarlo en el mapa, y porque mi republicana abuela me hablaba de las bondades de ese país, del taco y el guacamole, que acogió con los brazos abiertos a tantos compatriotas que huían de Franco, por eso – entre otras cosas – yo amé a México y sus gentes sin conocerlos ni saber donde estaban.

Pero no hay amor que dure cien años. Hace treinta, un compañero periodista que ejerció allí, me habló de la famosa “mordida” de la policía para evitar no una denuncia de tráfico, sino todo. Hasta el punto de que, éste amigo me confesaba que en el país azteca, hacía falta un cuerpo de policía, para mantener a raya a la mismísima policía, porque la corrupción había sobrepasado todos los límites. La trata de blancas y el narcotráfico, se estaban adueñando de México, poniendo y quitando gobiernos y jueces a su antojo. La confirmación la tuve con los sangrientos sucesos de Ciudad Juárez, en los que centenares de mujeres han perdido la vida, mientras policía, jueces y gobierno miran para otro lado, no así los periodistas, que como siempre, nos la jugamos con los sinvergüenzas y, o nos cesan de nuestros cargos, como al mundo es bien notorio, o nos matan a la luz del día, brindando después con tequila. Sólo en un año, han asesinado a más de mil setecientas mujeres mexicanas, y al gobierno, no se le cae la cara al suelo, y lo que es peor, no hace nada por remediarlo.

Como de costumbre, los únicos que le echamos lo que hay que echarle a esa atrocidad inhumana, somos los periodistas, y por eso, el gobierno mexicano consiente en que sean ya, prácticamente un centenar de informadores, los que hayan pasado a mejor vida, gracias a las balas de los corruptos, que por lo visto, son los que mandan en México. Y nadie dimite, y nadie pone remedio. No cabe mayor impunidad en el orbe mundial. Naciones Unidas calla en un silencio cómplice, viendo como son balaseados, hombres y mujeres inocentes, que creen en un México libre de mafias y delincuentes, pero que desprotegidos por las “autoridades”, mueren todos los días a manos de los sin ley, porque eso es ahora mismo México. Un país que ya no es lindo y querido, y que gracias a la ineptitud de sus últimos gobernantes, se ha convertido en el hazmerreír de Hispanoamérica, y en el prototipo de una sociedad donde la delincuencia ha conseguido suplantar a todas las instituciones que signifiquen, ley, orden, libertad y democracia. Ser mexicano hoy día, es estar emparentado con la indecencia, la brutalidad, la barbarie, el asesinato y la impunidad. El mexicano es un pueblo que se está cebando, contra la mujer y los periodistas que denuncian la situación, frente a un gobierno de polichinelas, que cobran de las arcas del estado, pero que no protegen a la población que los ha elegido. Nunca en la historia de esa nación, ni en los tiempos de Pancho Villa, ha existido mayor degradación de los principios elementales de la vida humana, el respeto a las criaturas, y la decencia política. México es un país donde impera la ley de las bestias, mientras políticos y funcionarios callan y miran para otro lado, mientras conservan la vida y llenan sus bolsillos. Pero no sólo de pesos, también de la sangre de inocentes. De mujeres que no hicieron mal a nadie, y de periodistas que quisieron contar al resto del mundo terráqueo lo que está pasando, y los mexicanos han permitido que les cierren la boca con plomo. Tan culpables son los que dan la orden, los descerebrados que aprietan el gatillo, como los que miran para otro lado. Tarde o temprano, la historia hará justicia, y los mexicanos, no van a quedar bien parados, al menos, mientras yo esté vivo. Claro que el que yo siga respirando, después de lo escrito... está en sus manos. Las de los mexicanos, digo.

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