lunes, 21 de febrero de 2011

Ir a la oficina

IR A LA OFICINA

Tito Ortiz.-

Subió precipitadamente las escaleras, abrió la puerta y quitándose la gabardina gris perla casi blanca, estilo Colombo, gritó hasta el comedor:
 ¡Perdona Matilde, es que me he entretenido sin darme cuenta en la oficina!. Una voz femenina al otro lado del pasillo, farfulló algo ininteligible y le dijo que se calentara la cena.
Al día siguiente, como tocado por un resorte y coincidiendo con la hora del aperitivo, su voz con tono de sorpresa al recordar un olvido dijo:
 ¡ Matilde, no sabes como lo siento, pero tengo que ir urgentemente a la oficina, porque me he dejado encendido el calefactor de los pies!.
Matilde, sin oírlo, siguió viendo el único telediario en blanco y negro de, Pedro Maciá, más conocido entre las españolas de la época como “el telebombóm”, y ni siquiera contestó. Ella desconocía que “La Oficina” a la que se refería su marido, no era en la que trabajaba, sino, en la que bebía, pues se trataba de un muy acreditado bar, de original cocina – ahora se diría de autor- que regentado por una familia amabilísima, de hijos encantadores, pronto se vio truncada por el fallecimiento de la esposa, que había sido el alma máter de los fogones, con tapas tan originales como sus famosísimos “Cupidos”, que no eran más que unos filetitos de corazón de pollo, pinchados en un palillo de dientes y aliñados con las especias de los clásicos pinchitos morunos, que estaban para chuparse los dedos, y que nunca más he visto en otra taberna, a pesar que de esto hace ya cuarenta años.

La oficina se llenaba sobre todo, cuando cerraba “Calzados Salas”, que llegaba hasta la otra esquina de la calle, y que Francisco Reinoso, regentaba como eficiente encargado de don Eduardo. Era Reinoso Delegado del Colegio de Árbitros de Fútbol granadino, y la primera reunión de colegiados e informadores con su responsable, se llevaba a cabo en ésta peculiar oficina, en la que fichaban puntualmente trencillas como Montes Espigares, Olalla, Hernández Gómez, Girón Cuesta, Alba Tercedor, Ortega López y tantos inolvidables del arbitraje futbolero, que los Lunes, antes de entregar las actas del Domingo, comentaban, tanto el arbitraje del Granada en primera división, como espejo en el que había que mirarse, ante monstruos que venían a pitar a Los Cármenes, como Juan Gardeazábal, Guruceta, Franco Martínez, Ortiz de Mendíbil, o en los últimos años, una joven promesa llamada Merino González, que el tiempo se encargaría de difuminar. En la oficina se vivió el cambio de la amonestación verbal a la tarjeta amarilla, que primero fue blanca. Del vocinazo... ¡A la caseta a ducharte ! como expulsión, a la silenciosa tarjeta roja. Allí pasó la moda de la camisa blanca con el cuello por fuera y la chaquetilla negra con pantalón corto de sastre, al cómodo jersey de punto y los pantalones de deporte. De las botas cuya sujección consistía en tiras horizontales de material con puntillas en la suela, a la aparición de los tacos, del silbato de tren a los modernos pitos de bolita de corcho en el interior, hechos de plástico negro. En La Oficina, entre tinto Del Lugar y boquerones en vinagre, cambiamos la vieja maleta de madera para ir a arbitrar, por la moderna bolsa de deportes. Y al son de... tres con las que saques; o entre tres, siempre pido cinco, porque todo se pagaba por el perdedor a los chinos, se vivió en nuestra añorada oficina, la revolución y modernización del arbitraje español, a pesar de que nosotros seguíamos arbitrando sin fuerza pública, en Churriana, mientras con el partido empezado, “Caldereta” iba poniendo las redes y pintando el punto de penalti donde dios le daba a entender. En los Mondragones, sin redes y sin cal en las líneas, y sin jueces de las mismas, con lo que el fuera de banda o de fondo era una ruleta rusa. Del fuera de juego ni hablamos. En la Zubia con el lateral del campo en cuesta abajo y desnivel del 40 por ciento, y en el José Carmona, esperando que un alma caritativa trajera de la calle o del contiguo campo de siembra el balón, porque un voleón lo había sacado de las instalaciones, y no había más que ese para jugar. Reinoso, con la chaqueta abierta mostrando la corbata, y las manos aferradas a las solapas, escuchaba las batallitas de sus colegiados, ponía paz en los comentarios contradictorios, recordaba el reglamento de Escartín, y pronosticaba que el Domingo siguiente, Sánchez Cazorla saldría escoltado por la Guardia Civil del Campo de Olula, bajo una lluvia de cascotes de mármol, que es lo que se estila en aquella tierra, cuando un árbitro tiene, lo que tenía Vicente entre las piernas, y que no todos los que vestían de negro llevaban a los partidos. Al mismo tiempo, sin perder una palabra de la conversación, Pepito Peña, se jugaba la revancha con Orellana Nieto, yendo de mano, pidiendo tres y llevando blanca, Peña es un valiente, lo fue siempre. Y en la Oficina de la calle Bodegones, seguía corriendo la cerveza del tonel de madera, el tomate aliñado y las gambas a la gabardina. Si la cuenta era muy copiosa, se pagaba entre dos o tres, porque decía Cueto, que mejor tres heridos que un muerto. Ramón García el maestro de escuela, daba fe de todo y mandaba que llenaran sin perder comba. Aquella si que fue una oficina, y no lo que ahora se conoce como tal. ¡Oído cocina!... marchando una de chopitos plancha, que ha vuelto a perder a los chinos, Ortega López. Pepito, tres con las que saques.

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