domingo, 9 de agosto de 2009

DE LA REALIDAD Y OTROS MAZAZOS

DE LA REALIDAD Y OTROS MAZAZOS

Tito Ortiz.-

Fue casi sin darme cuenta. De repente, me volví inconsciente ante el espejo de mi abuela en el pasillo, ese que lleva más de un siglo colgado en el trayecto del dormitorio al baño, y me vi triste, bueno yo diría que serio. Me descubrí más serio que Méndez de Lugo, y me sorprendí a mí mismo, porque eso suele ocurrirme conforme avanza el día, pero no a las siete menos cuarto de la mañana, cuando “Duke” se me acerca a darme los buenos días, moviendo el rabo insistentemente y con la correa entre los dientes, dispuesto a sacarme a la calle un día mas, para que me de el aire y me despeje las ideas. Porque yo soy así, yo no saco al perro, es el amigo fiel, quien consciente de mi deterioro anímico, ante la realidad de la vida y el ser humano, se apiada de mí, y me pasea cuán sonámbulo de la historia, rescatándome así de mi habitual desencanto y frustración. Me han defraudado tanto las criaturas humanas, que a veces dudo que lo sean. Hay políticos fascistas, con cargo público, camuflados en partidos de izquierdas, que amenazan a periodistas independientes al más puro estilo cosa nostra, y se permiten dar lecciones desde la atalaya del salitre, azufre y carbón. Hay periodistas a los que jamás podré llamar compañeros, lo mismo que al señor Aznar nunca lo reconocí como mi presidente. Hay desgraciadamente compañeros de profesión, hijos de la ira, la envidia y la indecencia, que no dudan en utilizar su medio, para atacar de manera partidista a polític@s honrad@s, que no son de su cuerda. Radiopredicadores al servicio de dioses paganos de barro, que pronto sabrán que... Roma no paga traidores, descubriendo con pavor, que han sido utilizados y posteriormente tirados a la papelera, como pañuelos de papel usados con secreciones amarillopurulentas.

El espejo centenario, me devolvió la imagen de un periodista curtido en mil batallas, sin afeitar, y con el rostro arrugado y serio, como el día que descubrí, que la rana Gustavo era una mano con un fieltro verde. Así de triste o más, caminaba yo hacia la ducha, mientras “Duke” no paraba de llamar mi atención y requerir mis caricias, esas que como un zombi, yo le hago cuando la noche se resiste a darle paso al día, cuando el sopor te mantiene en duerme vela, hasta que el agua sobre tu rostro te espabila, dándote el contundente mazazo de realidad suficiente, como para que saques los reaños de donde no te quedan, y como un valiente a pecho descubierto, previo Pharmaton Complex con café, te eches a la calle, intentando sobrevivir en un mundo agresivo, ineducado y tan falto de valores, que el saludar a alguien cortésmente, es materia de admiración, júbilo y felicitación por propios y extraños. Un mundo en el que al cruzarte por la calle o a la entrada del ascensor, el vecino te rebuzna en lugar de saludarte, es un mundo hostil del que me excluyo. Lo lamento, pero no pertenezco a esa masa acéfala de seres con los que te cruzas en un paso de peatones, y son capaces de apuñalarte por una pueril discusión de tráfico. El grado de violencia ya ha pasado en esta sociedad, de ser verbal, al más puro estilo de los políticos actuales faltos de argumentos, al físico. Un día alguien te matará, porque no le ha gustado el tono de tu voz, al cederle el asiento en el autobús. Y esta sociedad tan moderna e incivilizada, no lo verá raro, todo lo más, algún chusco dirá que es que el mundo está muy mal, olvidando que ese mundo al que se refiere, es tan suyo como mío, y no podemos excluirnos del, cuando no nos gusta lo que hacen nuestros iguales.

No me gusta lo que veo en el espejo de la abuela, ese que lleva tantos años colgado en el pasillo, por eso como un autómata bien programado, decido continuar hasta el baño, enciendo los modernos cuarzos, apoyo los brazos en los bordes del lavabo, como los políticos en sus modernos atriles con asideros, clavo la mirada en él menda que me devuelve el biselado cristal, y le espeto:... Vamos gilip..., que el día comienza, y el mundo espera ahí fuera. Y a partir de ese instante, comienzo el ritual de la desgana. Desnudo e indefenso bajo la ducha. Envuelto en el albornoz, con la guillet en la mano, intentando no suicidarme involuntariamente, porque cinco hojas, una tras otra, te dan un acabado de la leche. Fijador suave para un pelo cada vez con más claros, unas gotas de colonia, y hala, todo listo para la danza del fuego, para librar la batalla diaria en un mundo que no es el mío, en una sociedad a la que no pedí venir, y cuando me trajeron, me gastaron la broma de mal gusto, de hacerlo con cien años de retraso. No hay duda, los dioses están locos. De otra forma, no se explica este caos, desorden, y este canibalismo del hombre hacia sus iguales. Mantienen los budistas, que el hombre se perfecciona como ser humano, cuantas más veces se reencarne tras morir. Pues yo no he debido morirme nunca; sino, no se explica este permanente estado de cabreo contra la humanidad, del que disfruto asiduamente. No soporto la falta de educación, prepotencia, desvergüenza, delincuencia y necedad, que caracteriza la sociedad que me ha tocado sufrir. No tengo nada en común con esa gente que me rodea, y menos aún, con los hermanos que para reconciliarse, tienen que ir a un programa vespertino de televisión. Llegado ese momento, comienzo a vomitar a grandes arcadas. Menos mal que inmediatamente, “Duke” viene, me pone la correa al cuello, y me saca a pasear, dándome palmaditas en el lomo, hasta que se me va pasando.

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