jueves, 20 de agosto de 2009

Aristócratas del peonaje

ARISTÓCRATAS DEL PEONAJE

Tito Ortiz.-

Existen en esta ciudad de nuestras entretelas, algunas criaturas que ejercen un trabajo, para el que no estaban preparados – al parecer – porque en realidad estos elementos, forman parte de la alta nobleza granatensis, pero el destino les ha debido jugar una mala pasada, y los ha puesto en determinadas actividades, que ellos cobran a precio de lujo, como si de creativos engarzadores de oro y piedras preciosas se tratara. Hablo por ejemplo de las tintorerías. No conozco un ser humano vivo, que no haya tenido un altercado en una tintorería, como si eso de quitar manchas a una prenda de ropa, fuera poco menos, que descifrar la ecuación que nos llevara al ácido desoxirribonucleico. Lo último que me han hecho en una tintorería, ha sido llevarse un edredón al almacén de dos pueblos más abajo, hasta el próximo invierno, porque el tintorero, pensando el solito por su cuenta, decidió que yo no iría a recogerlo el día que él me dijo y ponía en la papeleta, sino tres meses después cuando volvieran los fríos. Pero no contento con eso, el día que debía recoger una chaqueta manchada de zarzaparrilla en la solapa, la criatura me dijo a 24 horas de ponérmela en un acto oficial, que no estaba lista, que la mancha no le salía, y que haciéndome un gran favor, procuraría tenérmela al día siguiente, sin más remedio porque él se iba de vacaciones, y si no, ya no la tendría hasta su regreso en invierno. Teniendo en cuenta que la chaqueta es de riguroso verano, ya me contarán para que la necesito yo en la tintorería, mientras el se va tranquilamente de vacaciones. Y todo esto, con el sentimiento de la indefensión más ultrajante, porque te miran por encima del hombro, te llaman poco menos que imbécil, y de forma displicente te invitan a dejarlos en paz, y si no, no haber llevado allí la prenda. Esto es así de sencillo y dramático.

No menos curioso es el gremio de los persianeros. Si, esos señores que hacen persianas a medida y te las colocan. Pues resulta que me hacían falta unas persianas para el patinillo, para evitar el sol del verano, y creyendo que lo suyo era ir hasta un establecimiento público, rotulado como tal, en pleno centro y con un “profesional” tras el mostrador, encaminé mis pasos al sitio, no el de Zaragoza... sino el del persianero, que sonriente me dijo que no me podía ni imaginarme el trabajo que tenía. Cosa rara pensé yo, si esto de las persianas ya no se lleva, pero el caso es que se quedó con mi dirección y teléfono, para ir esa misma tarde de Abril, a tomar medidas y darme presupuesto. Transcurridas dos semanas sin noticias del persianero, el joyero de al lado, me dijo que es que estaba pintando unos pisos porque también hacía chapuzas de todo tipo, que en breve lo podría encontrar en su local. Pasó una semana más, y como por encantamiento, lo atrapé tras el mostrador una mañana de Sábado. Lejos de disculparse por los veinte días sin dar señales de vida, dijo que esa misma tarde a primera hora estaba en mi casa para tomar medidas. Lo de primera hora de la tarde, lo debe interpretar él de una forma muy especial, porque eran como las diez de la noche cuando sonó el portero automático. Tomó las medidas y dijo que al día siguiente llamaría para dar el presupuesto, y en vista de que pasaban las semanas y no lo hacía, fui de nuevo a su establecimiento, y me encontré un gran letrero que decía estaba de vacaciones, desde el día siguiente al que fue a casa a tomar medidas. Después de jurar en arameo, encaminé mis pasos hacia otro persianero, que al menos no me ha entretenido tanto. Tomó mis datos, me dijo que al día siguiente iría a tomar medidas, y que en 48 horas las persianas estarían colocadas. Hasta el día de hoy no he vuelto a tener noticias, y cada vez queda menos verano, y menos necesidad de las persianas.

Pero al menos los anteriores, aún no haciéndote ni caso y riéndose de ti en tu cara, no te tratan mal, incluso son amables, absoluta y rotundamente informales, pero muy amables. Nada parecido con un gremio en Granada, que destaca por su habitual mal humor, mal trato al cliente, y pose de noble venido a menos. Me estoy refiriendo al los lavacoches, esos señores que tienen establecimientos repartido por la ciudad para lavarte el coche a precio de oro, pero además, te tratan como su fueras su vasallo. Lo primero es que no se te vaya a ocurrir, pobrecito humano, llevarles el coche sin avisar, sin pedir cita previa, eso ya los pone de una leche, que te escupen a la cara sin medida ni temor. ¿Cómo se te ocurre a ti, pobrecito mortal, llevar el coche a lavar sin haber llamado una semana antes, por lo menos? ¿Es qué estás loco?. Y además, como se te ocurre llevarlo sucio. El coche a lavar se lleva como los chorros del oro, y sino, té quedas en casa. Porque ellos revisan el coche antes de decirte que se lo quedan, pero le dan previamente, una vuelta al más puro estilo Sherlock Homes, se acarician la barbilla, no te miran a la cara, y te espetan la hora de recogida, con aire de sufici8encia y esto es lo que hay, o lo tomas o lo dejas. La gracia cuesta alrededor de 20 euros, que divididos por el tiempo que tardan y los materiales usados en la limpieza, la hora de lavacoches a mano en Granada, sale más cara que la de un neurocirujano en quirófano permanente, y ni la responsabilidad y nos estudios, que yo sepa son los mismos, aunque hay algunos que se empeñan en compararse con un ingeniero técnico de la NASA, y se quedan tan frescos. El otro día llevé el coche a lavar, uy mientras el hombre hacía su inspección ocular del vehículo, dio un paso más, y en un giro inesperado, abrió por sorpresa una puerta trasera,... horror, cielo santo, para que quise más... descubrió, válgame el cielo, unos pelos sueltos de mi Duke, al que había llevado al veterinario el día anterior. ¡Cielo santo! la que me calló encima. La explicación del lavacoches, fue toda una lección magistral, que puede validarse en cualquier universidad, por los créditos correspondientes del cualquier doctorado. Enfatizando la voz, sacando pecho y levantando la barbilla, mirándome fijamente a los ojos, señalando con el dedo acusador el asiento trasero de mi coche, con los pelos sueltos de mi pastor labrador, dijo: Sepa usted señor mío, que por las características del entramado tejido de su tapicería, los pelos de su perro no se posan en la horizontal. Muy al contrario, y peor para la operación, se introducen en los orificios emergentes de la tela, conformados por el relieve del dibujo, obligándome a realizar, no una aspiración rutinaria, sino, un cepillado previo manual a contra pelo, de tal forma, que despojando al cepillo de la electricidad estática, los cabellos de su pero sean absorbidos... total, que son 85 euros.
Dicen los presentes que hacían cola y me vieron, que en ese momento me desmayé. Recobré el conocimiento en urgencias del Clínico, pidiendo a voces una cuerda fuerte y una viga.

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